Una reflexión filosófica para Colombia
Por. Adriana Collazos, Esq.
La razón para que sigamos las normas es clara, estamos en un Estado Social de Derecho, en el que somos el constituyente primario, quienes elegimos a los congresistas y al presidente de la República en todo su esplendor. Sin embargo, últimamente me he preguntado cuáles normas se siguen, cuáles no, y por qué se siente una brecha enorme entre las normas y la realidad, entre la justicia y lo que se le debe a cada quien. La explicación tras esto, es la falta de moralidad en la elaboración de las normas y su aplicación, la corrupción que radica primordialmente en el sistema judicial de este país, la desinformación de la comunidad por cuenta de varios protagonistas, pero especialmente por los periodistas irresponsables, y el corroído arraigue de las personas en su rol como constituyentes primarios y su falta de creencia en que se pueden cambiar las cosas.
Colombia así, va como un caballo desbocado por un despeñadero sin fondo, donde el Gobierno actual es el jinete, junto a algunas personas buenas que dirigen este país; acompañados, claro está, de cánticos y porras de los malos periodistas, los testigos con poca credibilidad y los políticos polarizados que solo buscan el poder por el poder. Eso sí, todos proclaman la tan conocida ética profesional o personal, porque es un eslogan de caché.
La mayoría de ciudadanos son indiferentes, pues en nada cambia si el partido en el poder es verde, azul, rojo o si es uno nuevo. Los demás se sientan a criticar y a “odiar”, sin antes pensar en alguna posibilidad, o leer las políticas y normas propuestas, ni sumar los montos para entender por qué se hizo tal reforma o tal ley. Algunas personas de bien siguen su camino, pues aunque tengan educación, preparación y ganas de trabajar por un país mejor, no tienen tiempo para estudiar los cambios políticos y analizar qué requiere el país para mejorar, pues están tratando de sobrevivir y conseguir su próximo contrato. Otros creen, malinterpretan y juzgan antes de cualquier proceso, con base en testigos de poca credibilidad, tales como la prófuga Aida Merlano, hoy en manos de la dictadura venezolana, o los testigos convictos del caso contra el expresidente Álvaro Uribe.
Y esta bola de nieve sigue creciendo, y aquellos que no son indiferentes, pero tienen tiempo libre son, por ejemplo, los infiltrados de grupos armados a las marchas que deberían ser pacíficas, que van llenos de odios, pero sin argumentos, y le exigen al Gobierno que funcione como un país comunista o socialista, puesto que oyeron en alguna parte que todos recibirían lo mismo o leyeron un libro de Marx o de Lenin y ahora se creen los dueños de sus ideas.
De otra parte, están también los periodistas que pierden el tiempo en cosas irrelevantes y que no cuestan ni un peso al país, por ejemplo, el viaje de las tres pequeñas amigas de la hija del presidente y la primera Dama a Panaca, que aprovechando que el padre estaría en Armenia anunciando el túnel de la línea, decidieron acompañar a la familia presidencial en el avión que está destinado para el uso y traslado del presidente, su esposa e hijos. También, los políticos incendiarios que usan zapatos Ferragamo, van a Disney World, a Francia, o a Venecia, pero eso sí, le venden al pueblo la idea de una gran bandera verde con una estrella roja en la mitad de todo; y quienes administran la ley, que casi siempre son abogados con capa que han olvidado sus clases de filosofía del derecho y aplican las normas como se les antoja, sin ninguna responsabilidad decorosa. Por último, los colombianos de a pie, las feministas radicales y las otras, los médicos y los jueces, que hace poco nos enfrentamos a un dilema moral y ético más allá de toda comprensión, y fue el aborto de un niño de más de siete meses de gestación, que solo deja en nuestras cabezas el cuestionamiento incómodo de analizar si Dios nos ha dado la facultad de determinar, cuándo y por qué se pueden abortar los bebés. Es realmente desconsolador.
Viene la pregunta de por qué existe la doble moral en este país y de si, por fin, conseguiremos un freno para este caballo desbocado.
Sin embargo, creo que se debe hacer una reflexión individual y muy importante cuando se trata de construir un país mejor y no solo por quienes dirigen a Colombia y quienes tienen dinero, sino también por los otros 50 millones de habitantes que caminan por sus calles como si no tuvieran responsabilidad de nada. Sí, nosotros, los constituyentes primarios.
Para los políticos es no extrapolarse tanto de la vida del común para comprender las necesidades reales del pueblo; para los periodistas es regresar a la ética profesional que según entiendo es informar sobre hechos reales desde un punto de vista independiente y humano; y para los jueces, mis colegas, es regresar a la filosofía del derecho y buscar dar a cada quien lo que le corresponde con imparcialidad.
Dicha reflexión es básica y no importa su pasado para empezar a ser una mejor persona. Piense cuál es la verdadera moralidad que debe tener al momento de actuar, y cuánto, cómo y qué necesita aquel que está a su lado, que usted le pueda dar.
Sencillamente, es desarrollar el sentido de “la otredad” en la sociedad, es empezar desde la individualidad a pensar en la existencia del otro, que es el principio moral que ha existido desde siempre y se ha llamado de diversos modos.
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