Una intelectualidad fea

Por en agosto 25, 2013

Por Juan Francisco Muñoz

Opinión julio 19 de 2013

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En la antigüedad los griegos fueron los primeros en resaltar que aquello que es bello suele parecernos virtuoso y verdadero. El círculo, la simetría y la vida estelar despertaron todo tipo de ideas relacionadas con el cosmos, la ética, e incluso la política y la vida mundana. En aquel entonces no parecía haber desilusión con la belleza, sino solo pasión y envidia por ella. Los dioses griegos no se avergonzaban de preciarla y predicar su valor.

En más de cuatro mil años la belleza, en teoría, ha cambiado. Pero solo en teoría, mas no en la práctica. Los casi quinientos años de oscurantismo medieval intentaron disimularla para hacerla solo apreciable para quien demostrara sus mejores intenciones románticas y sacras hacia su objeto amado.

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Sin embargo, los hombres de entonces, con las intenciones más caballerescas, podían decir amar el pañuelo de su amada, o la delicadeza de sus gestos, pero el motor de semejante delirio no residía en saber apreciar las buenas costumbres, o esa moral pacata que desde entonces escondería todo erotismo y toda lujuria romántica en el fondo de historias de príncipes azules y doncellas en peligro.

El sexo, la lujuria y el romance, tienen una lógica instintiva y natural que la cultura suele tratar de disimular, para decirnos, con la mayor arrogancia del mundo, que es que no somos simples animales. Desde entonces esa devoción tan natural para nosotros, como lo es respirar o ir al baño, por la belleza, de mujeres y de hombres, y de niños y niñas, ha tratado de ser escondida, racionalizada. En el siglo XIX las personas decían amar a sus naciones. En el siglo XX las personas trataron de amar la igualdad y la democracia.

Algunos artistas empezaron a desdeñar, en teoría, todo lo bello del arte clásico y renacentista y proclamaron que la belleza era un invento de las culturas de antaño. Y sin embargo, el arte perdió valor por no saber reflejar el espíritu y las pasiones de las personas, y los críticos literarios y sociales se convirtieron en personajes completamente irrelevantes para la sociedad moderna. Una intelectualidad fea, bizarra, que empezó a desdeñar el valor de saberse humanos apasionados y obsesivos por la simetría y la belleza, se tomó los medios artísticos, literarios, de las ciencias sociales, del derecho y del periodismo, para resaltar ideas desagradables.

Pero más feas aún, por ser esencialmente falsas: Ideas que plantean que la belleza es una imposición de las culturas dominantes; Ideas según las cuales nuestra privación por la juventud, la fuerza y la sanidad de cuerpos y rostros favorecidos por la genética, es solo un capricho de quienes nos educan y nos inundan con propaganda. Este tipo de intelectualidad se abre camino en medio de la fealdad de las opiniones más obvias y moralistas, y ha tenido como representante en estos días al concejal de Bogotá, Marco Fidel Suárez. Según el representante capitalino los reinados de belleza, los desfiles de modas y los concursos que premian eso que todos envidiamos, representan un riesgo para la dignidad y la moral cuando son protagonizados por niños de los jardines infantiles.

Para Suárez, exaltar atributos físicos da un mensaje equivocado a las nuevas generaciones. Afectaría una estima personal, que se podría ver realizada y protegida, estando alejada, por lo menos en los primeros años, de semejante corrupción de los valores personales. Sin embargo, la tesis de Suárez no solo es falsa, sino que desdeña la sabiduría y el conocimiento que tienen las ciencias biológicas sobre el peso de los universales de la belleza en los seres humanos.

En lugar de promover una libertad con respecto a poder experimentar las pasiones, tentaciones y desilusiones por ser o no ser bello, y por las personas bellas, tal intención de prohibir expresiones con un valor tan natural y espontáneo para nosotros los humanos, solo representa una represión a la naturaleza humana. A la belleza que hay detrás de lo incontrolable, que da forma a nuestros valores más profundos y propios de nuestra especie. La intelectualidad y las teorías también pueden ser feas, y no solo falsas.

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