Salutación a la vida
Por Eladio Solarte Pardo
La vida es el don más excelso y preciado del universo que hemos recibido los seres humanos a través del deslumbrante milagro de la gestación en el vientre materno, que encierra, por excelencia, el principio y fin de todas nuestras creencias, apetencias, esfuerzos y esperanzas. Es la conjunción suprema de todos nuestros hálitos terrenales.
Cual espléndido libro de páginas en blanco, empezamos a pincelar en él tan inefable legado, cuyo preámbulo supremo es el instante mismo de la concepción, como admirable, pero enigmático, encuentro con la vida, que no sólo lleva implícitos momentos de sorpresa y felicidad sino también una cuota infinita de sacrificio maternal, que finiquita en el instante de la partida eterna, otra inexpugnable percepción inmersa en el vocablo vida, tan difícil de entender y acatar.
De suerte que es todo un compendio de angustias y sonrisas, de lágrimas y aplausos, de triunfos y derrotas, de fantasías y frustraciones, de cuyo acertado manejo depende la felicidad o la desventura, por lo cual el ser humano funge como el verdadero arquitecto de su propio destino.
Así pues, como huella indeleble, imperecedera, cada episodio, cada vivencia, deja impresa en nuestro espíritu una valiosa experiencia, una singular enseñanza que, como faro en medio de la oscuridad, alumbra cada uno de nuestros pasos vacilantes, en medio de un mundo arisco y desconocido, convencidos como estamos de no poder regresar atrás para tomar una senda diferente.
Cual portentoso dispositivo de última generación, la conciencia humana pone a nuestro alcance la facultad de corregir lapsus o falencias, de enmendar errores u omisiones, como manual de viaje recomendado para optimizar el rumbo.
Horas más tarde, con el devenir del tiempo resulta inmensamente gratificante repasar las alas soñadoras de ese libro imaginario y remitirnos al más hermoso encanto de la vida: a los períodos de la niñez y la adolescencia, símbolos de candor, curiosidad y anhelo de conocimiento, como puertas tempranas de acceso hacia el destino huraño e inescrutable.
Este rastro imaginario continúa con una especie de oda a la libertad, a la esplendidez de la inteligencia, en medio de los bríos y ensoñaciones, típicos de la juventud, en donde se recrea con inusitado ingenio, el éxtasis de la vida, cual gráfica elaborada con riqueza de ópticas, dimensiones y matices.
El peregrinar de la vida converge ahora en la estación adulta, en donde el hombre se aferra a la reflexión serena y constructiva; revisa y plasma cuidadosamente los cambios necesarios para proseguir su viaje, para poder mostrar orgulloso su realización maestra.
Por último, las páginas de este prodigioso libro comienzan a cerrarse, con melancolía, con el arribo a la edad dorada, sinónimo de arrebol, paz y desahogo, cual generoso efluvio de amor, canto y poesía, tras alcanzar la sinuosa cúspide, realizar allí una serena pausa y contemplar absorto el camino recorrido, sentirse realizado, satisfecho y victorioso por haber conquistado el confín más cercano al Cielo porque, al fin y al cabo, dicho con palabras de Abraham Lincoln, “lo que importa no son los años de vida, sino la vida de los años”.
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