Saber o no saber
Por: Juan Carlos López Castrillón
La frase más famosa de Hamlet es “ser o no ser”. Ese interrogante, traducido al mundo moderno podría interpretarse como si queremos Saber o No Saber. Me refiero a la Educación.
La respuesta parecería obvia, todos diríamos: ¡Claro que queremos saber! Y agregarían: ¡Hay que trabajar por esa causa! Pero la disyuntiva tiene que ir más allá, ¿a qué tipo de educación nos referimos? ¿De qué calidad? y sobre todo, ¿con qué recursos? Dado que la educación depende en gran medida del presupuesto nacional.
La herramienta más poderosa que ha manejado el ser humano desde que decidió bajar de los árboles, dominar el fuego, dejar de ser nómada y asentarse para labrar la tierra, es el conocimiento. Nuestros antepasados remotos empezaron a acumular información en forma progresiva y la perpetuaron al transmitirla oralmente, a sabiendas de que con ello se jugaban la supervivencia de la especie, con el tiempo toda esa sapiencia se transformaría formalmente en la educación, de ahí una definición válida que señala que “educar es enseñar habilidades para la vida”.
Para una región pobre la educación lo es todo y de la calidad de la misma dependerá su futuro. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico -OCDE- “las economías modernas recompensan a los individuos no por lo que saben, sino por lo que puedan hacer con lo que saben”. De eso dependen el desarrollo, el empleo y, por ende, el bienestar.
Aquí es donde la cosa se complica y cualquiera se deprime al leer la sentencia demoledora del director de Educación de la misma OCDE, el alemán Andreas Schleider, quien dice que “sí vienes de una familia pobre y tu única oportunidad en la vida es la educación, sino te dan fundamentos básicos en ciencias, matemáticas y lectura, nada te salvará”.
Por eso la educación tiene indicadores muy conectados con la clasificación de pobreza. El Cauca, el Chocó y la Guajira han ocupado en los años recientes los últimos puestos en las Pruebas Saber – antiguas pruebas del Icfes – al igual que ocupan los últimos puestos en superación de la pobreza. Los estudiantes pobres tienen tres veces más probabilidades de tener un mal desempeño, eso se llama inequidad y se traduce en marginalización; entonces, si logran entrar al mercado laboral lo harán con una gran desventaja.
Hay que reconocer que tenemos avances en los últimos veinte años, la educación pública es gratuita y hoy más niños van a la escuela, por supuesto aún queda mucho por mejorar en cuanto al programa de Alimentación Escolar (PAE) que presenta enormes deficiencias, es una excelente iniciativa pero requiere un mejor manejo. Otro aspecto fundamental es la Calidad, no hemos mejorado ni un solo punto en calidad de la educación.
Para empezar hay que enseñar a leer de manera crítica, solo el uno por ciento lo hace (según datos del pedagogo magister en educación Julián de Zubiría), lo que nos lleva a tener una gran masa de educandos que no está leyendo racionalmente, y que cuando le toca decidir en algo en la vida que implique procesamiento de información – por ejemplo sobre sus gobernantes – lo harán emotivamente, porque así fue educado su cerebro, este no está diseñado para la controversia basada en argumentos.
Y si nuestra educación básica tiene malos indicadores de calidad, estos sí que se agravan en el campo. El modelo de educación rural, especialmente en las zonas más remotas del país, es precario, deficiente y no garantiza igualdad de oportunidades en ninguno de los aspectos de la educación.
¿Qué hacer? Respondamos racionalmente y con el conocimiento de las enormes debilidades y limitaciones del presupuesto educativo. Sin duda hay que apostarle inicialmente a mejorar la calidad de los educadores, ello implica pagarles mejor, formarlos mejor, que resulte muy atractivo ser un profesional de la educación e irse a trabajar a Uribia en la Guajira, a Condoto en el Chocó, o Argelia en el Cauca, sitios en los que hoy, en promedio, les pagan un millón de pesos a los maestros (en algunos de estos sitios la comunidad les ayuda con la manutención o la estadía para que el docente pueda permanecer en la escuela). Ni hablar de las deficiencias en infraestructura de los colegios y de la profunda influencia de la mala política en las decisiones de personal.
Aquí no cabe la duda de Hamlet, definitivamente “hay que Saber”, sino estaremos condenados a la pobreza para siempre, por eso hay que hacer una propuesta básica – pero contundente – en los departamentos pobres, como el nuestro: un pacto por la educación.
¿Qué implica ese pacto? Primero, tomar conciencia de la enorme importancia de este asunto; segundo, tener claro para dónde vamos, cuál es la visión de región y nación que tenemos y cuál es la que queremos; tercero, rodearnos de la gente que conoce sobre el diseño de planes regionales en materia educativa para trazar la ruta de corto, mediano y largo plazo en esa materia; y cuarto, priorizar los recursos ordinarios y extras (por ejemplo los de las regalías) en el fortalecimiento de la educación regional en todos sus niveles.
Como todo finalmente termina siendo un tema de voluntad y vigilancia colectiva, pongamos mucha atención en este debate electoral, para ver quienes se preocupan por tratar este tema y sus propuestas al respecto.
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