Riñas obsoletas por el parque Caldas
Por: Ana Cecilia Campo López.
Socióloga. Trabajadora Social.
Especialista en Gerencia de Proyectos.
Circula en los medios de comunicación de la capital del Cauca, al igual que en los variados medios digitales de comunicación social, los pros y los contras de los plurales usos que ha ido tomando el parque Caldas de la ciudad blanca de Popayán, y este alboroto con matices de crisis es tal, que supera el bochorno en que se ha transformado la vida diaria de los ciudadanos que residimos en esta bella ciudad. Celebro que tal agitación tenga matices de crisis, porque mi experiencia vital me ha enseñado que, ese lugar común que vaticina como las crisis, genera oportunidades y servirá para entrar a razonar como ciudadanos, sobre la complejidad del asunto y la necesidad de invitar a grandes amigos para concertar diferencias, como son, el conocimiento, la técnica y la ética con el diálogo sincero, respetuoso y sin componendas.
Como tantos otros ciudadanos del común observo la saturación de dicha plaza central, con todo tipo de comercios y pareciera que se está estableciendo un centro comercial al aire libre, de muy baja calidad y donde las paredes de dicho recinto están decoradas con grafitis ante todo anticoloniales, anti tradición hispánica, en contra de las paredes blancas y las mentas sucias que se le atribuyen a los nativos de esta localidad, y en fin, como si los residentes de Popayán fuésemos señores feudales que resistimos en esta localidad. ¡Qué error! El mencionado centro comercial y sus variedades, destruye día a día la belleza arquitectónica de las iglesias que se logran visibilizar desde él, los edificios republicanos que forman parte del casco central de la ciudad, la vegetación que sobrevive como homenaje a nuestra biodiversidad, la vida ciudadana que requiere espacios cotidianos de encuentro y de esparcimientos gratuitos y de calidad, todo lo cual, no es poca cosa para el buen vivir de toda la colectividad.
Por supuesto que la anterior observación social no es ingenua ni romántica. No vamos a los engaños; la lectura objetiva de la historia es paradójica y existen reales reivindicaciones de otros grupos sociales y culturales que comparten este espacio geográfico caucano y payanés, que dentro del pensamiento poscolonial tienen muy bien ganado su reconocimiento también, pero sin el manifiesto de la destrucción del contrario, la estigmatización de su gente, la destrucción violenta de evidencias de manifestaciones culturales hispanas, y sin el activismo agresivo anticolonial. Pareciera que esta ideología anticolonial es una nueva religión, con dogmas inescrutables, irreflexiva y agresiva, y se podría también decir fanática, frente a la cual no nos quedaría más que claudicar.
¿Qué podemos entonces hacer para vivir… vivir? Propender por relaciones sociales más igualitarias con todos los sectores contribuyentes a la construcción de una cultura colectiva, con diálogos respetuosos y donde la “diosa razón” no sea tan fácilmente excluida por todos los actores de la vida social.
Expuesta esta utopía, me pregunto, ¿quién de carne y hueso nos podrá ayudar a encarnar el ideal de la argumentación y las exigencias de la ética para construir el futuro y abandonar el pasado de culpas o de vanaglorias?, ¿según como cada cual lea la historia? Ese quién es muy real, y es el conocimiento social y cultural, concretizado en el legado imborrable, teórico y práctico del exalcalde de Bogotá, para el período 1995-1997, Antanas Mockus, el cual priorizó la Cultura Ciudadana en su Plan de Desarrollo e indujo cambios conscientes en el comportamiento de la pluralidad de los ciudadanos y en beneficio de toda la colectividad y no de grupos de interés. Por supuesto, que esto no fue solo “narrativa” o retórica conceptual; fue concepción teórica científica sobre el comportamiento humano, levantamiento de hipótesis de trabajo y acción concertada de los servidores públicos en la puesta en marcha del plan de trabajo que fue exitoso, cambió realidades sociales y es ejemplo del mejoramiento de la convivencia en una ciudad.
Imposible sintetizar en esta reflexión la potencia y fuerza de la hipótesis de trabajo, que en síntesis hace “un reconocimiento de la diferenciación entre regulación jurídica (legal), la regulación cultural (colectiva, variable de contexto a contexto) y la regulación moral (individual) que permitió formular la hipótesis del “divorcio entre ley, moral y cultura”: carencia de aprobación moral o cultural de las obligaciones legales y aprobación cultural y/o moral de acciones ilegales. Esta hipótesis permite describir o interpretar de manera precisa dificultades claves de la convivencia”.
Puede sonar sofisticado el análisis, pero no es tal; es un paradigma que al estudiarlo nos ayuda a mirarnos en el espejo, ver nuestros comportamientos, no para enjuiciarnos mutuamente, descalificarnos, agredirnos, estigmatizarnos, victimizarnos y finalmente imponer dogmas de comportamiento desde diferentes vertientes ideológicas. Todo lo contrario, es para responsabilizarnos de nuestra conducta social, autorregularnos y socio-regularnos y entender que hay normas de convivencia para el bien común, no solamente para el bien personal o gremial. Es para la mejora del contrato social del hoy y del futuro, porque el pasado no nos puede esclavizar o determinar; en ese cambio consciente de conducta social se formulan preguntas y reflexiones de gran calado social, como las siguientes: ¿Acaso se justifica que tus derechos sean más amplios que los míos? Recuerda que podemos vivir mejor si nos regulamos mejor. Pluralismo no significa que todo vale.
Hasta aquí la invitación al pensamiento complejo, que no por especializado y retante, sea exclusivo de letrados, pues con apertura mental y nuestro deber de ciudadanos, estamos llamados a ser parte de la solución, aunque no simplemente con opiniones, sino encarando la “cruda realidad”, apropiándonos del conocimiento y encarnándolo en la no indomable realidad. Hay demasiado trabajo por hacer por Popayán. Copio del exministro de Estado y pensador colombiano, Luis Carlos Valenzuela Delgado, la necesidad urgente de construir elites para el Cauca y Popayán, en la genuina acepción de la palabra, que dice: “Elite es quien, por derecho adquirido, no heredado, dirige una sociedad; quien determina patrones; quien busca salidas en momentos de crisis; quien ve más allá; quien tiene noción de historia y por ende noción de futuro; élite es quien es consciente de tener más responsabilidades que derechos”. Como ven, definitivamente no tenemos élites. Paremos las riñas y construyamos el futuro. Como ciudadanos no deleguemos vitales decisiones de ciudad en las “no-élites” que desconocen el bien común. Debilitemos el chantaje y ponderemos la concertación y la planificación, pues las demandas sociales son inmensas y no se puede improvisar.
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