Otra falla para los libros de historia
Remembranzas del año viejo.
Por Mateo Jaramillo Vernaza
Si el 2012 nos dejó el fallo de la Corte Internacional de Justicia, el año viejo nos deja las consecuencias de aquélla decisión, recibida en Colombia como un error jurídico de mayor escala y una expresión inequitativa de esos jueces que dirimieron equivocadamente un litigio, según una mayoría, dentro de la cual me incluyo.
Tal recibimiento se hizo más expresivo con las voces de los expresidentes que (siempre en campaña) se pronuncian ante el más parcial de los jueces (la Corte), mas por la oportunidad de medir fuerzas electorales que por alguna razón patriótica, muy a pesar de que sus admiradores aleguen que esos discursos surgen exclusivamente de una lealtad a la Nación hoy disminuida.
Y las redes sociales, los programas y las columnas de opinión, se vieron en el 2013 así, abultadas de mensajes de amor excesivo y fuerte por aquél meridiano “pretendido” por otro, y olvidado cuando no hay contrincante, ni pelea, ni proceso, ni camorra.
A pesar de ese error muy nuestro, los expresidentes optaron por afinar en pie de lucha a sus seguidores, a aquéllos que votarían de nuevo por sus antiguos gobernantes, antes que reconocer en ellos un desatino histórico más desmedido aún que el de la propia Corte. Porque sus jefes políticos, sus guías “morales” (con el peligro que trae ser dueño de una moral cualquiera), sus presidentes de antaño no se equivocan, el mundo se equivoca por ellos.
¿No implementar el fallo de la Corte es una opción viable? La opinión nacional como una sola voz pondera en el desacato el mejor camino, escandalizada porque muchos otros países lo han hecho ¡y nada ha pasado!, y lo dice con tal fuerza que nadie se atrevería a preguntar cuánto conocen de las negociaciones que Estados Unidos o Islandia, por simples ejemplos, forjarían bajo la mesa, ¿será que lo hicieron?, en ese galimatías del mundo diplomático contemporáneo para no someterse a decisiones, en su momento “injustas como esta”.
Por su parte y como hemos visto, los líderes que llaman al desacato no han mencionado ni lo harán, que en estos casos como en cualquier causa, las partes sí negocian, y pueden hacerlo para fabricar sus propios arreglos y determinar sus propios costos. Porque este fallo como todos los demás, tiene un costo de transacción, el de cumplirlo o el de no hacerlo, sin que hasta ahora los promotores de la desobediencia se preocupen por la cifra. Y es que nadie quiere pagar la cuenta.
Más allá de implementar o no el fallo, de negociarlo o de desacatarlo, queda la responsabilidad política de quienes aseguran que lo sentenciado no fue considerado como posibilidad porque nunca la Corte había actuado de esa manera. Y como si ello fuera cierto, niegan a viva voz las palabras de reclamo de varios internacionalistas que desde el año 2001 pudieron haber advertido del riesgo de actuar como se hizo.
Pero la audacia va más allá, expresidentes que de manera pública aceptaron anticipadamente y ante la contraparte que reconocerían el fallo sin importar su sentido, hoy miran hacia el lado izquierdo y aún hacia el derecho, buscando al responsable, a cualquier otro, al que sea menos ellos.
Los días pasaron, y así los meses y pronto los años, y después del “desacato” o aceptación del fallo por el actual gobierno, o negociación como mejor salida, la responsabilidad de sus antecesores debe ser medida, estudiada y decidida. Y debe hacerse sin olvidar que para un expresidente lo fundamental y valioso no es el clamor popular de quienes lo pretenden como salvador y profeta, sino el legado histórico que deja (aún a sus espaldas diría alguno por allá en el 97) para ser recitado en los libros de historia de quinto de primaria.
Por eso ninguno, ni el que dignificaba al gobierno en 2001 ni el de las excepciones previas del 2007, reconocen o reconocerán el más mínimo error, y la culpa irá hacia el pasado, muy posiblemente a las décadas del ochenta o del sesenta, para que la responsabilidad descanse sobre un expresidente muerto, pero EX al fin y al cabo, y por tanto genio y figura y así, justo chivo expiatorio para las generaciones futuras.
Y seguirán los otros, los vivos, desviando la atención al desacato para que nadie pregunte o averigüe por una responsabilidad política, que hoy es necesaria, ésta sí equitativa y justa.
No obstante uno de ellos (en un acto de verdadera razón práctica) renunció a la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores con un sentido común envidiable y tristemente desconocido por los demás, pues el proselitismo político no debe condenar de manera tan atropellada y poco racional las razones de estado, aún si estas consisten en estrategias maltrechas o poco definidas. Publicar las actas suma o resta votos pero jamás devolverá lo perdido.
Mientras tanto, el presidente, ávido jugador seguirá blofeando a sus gobernados y a la contraparte, con la excusa de haber denunciado un pacto de Bogotá que ni quita ni pone a lo fallado, porque como EXpresidente que será algún día, él sabe que su juego también quedará en esos libros de historia.
Por lo pronto Colombia se enteró de que algo sucedía en el meridiano 82.
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