La intermediación cibernética y el entorno familiar 0.1

Por en julio 30, 2019

Por Julián Zuluaga

Este artículo de opinión contiene algunas reflexiones que no son nuevas en sí, pero que tal vez son necesarias como un llamado de atención, para volver sobre lo importante, lo esencial en nosotros mismos y en la familia.

Hoy en día es una práctica cotidiana abrir las pantallas de celular y acercarnos al twitter, al instagram o al whatsapp, para vernos en un entorno imaginario en supuesto movimiento, como un mecanismo para “abrirse al mundo”, a un escenario etéreo del que creemos hacer parte. Lo paradójico es que el individuo en este actuar cibernético está completamente solo, toma decisiones y genera conductas simultáneamente de un lugar a otro, de un comentario a otro, de un signo a otro, en una red automática, sin mayores sobresaltos deja pasar su preciado tiempo, “entretenido”, sintiendo que cada uno recibe lo justo y que es parte de algo que lo sostiene en ese devenir, estimulado internamente por efectos de dopamina en el cerebro que le generan motivación y placer.

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Esta trama imaginaria en nuestra mente nos pone en un espacio similar al proyectado por el novelista de comienzos del siglo XX, George Orwell, pues nos encontramos embebidos en nuestros propios espejos de ilusión, “alienados” en las “redes sociales” – como bajo un régimen totalitario – que nos aleja de nuestra propia intimidad, de nuestra propia familiaridad. Es insólito cómo un instrumento tecnológico nos pone en una matriz imaginaria tan poderosa que a la vez nos distancia de nosotros mismos y de nuestro entorno natural.

En ese quehacer cotidiano estamos sumergidos y atónitos a la espera de la señal para seguir una red de ficción, como antiguos marineros que se dejaron seducir por el “canto de las sirenas”, alucinaban sumergidos en viajes oceánicos para sobrevivir al tedio, al hambre y a la muerte que los acechaban cada instante, así, sin darnos cuenta, vamos llevando nuestro mundo al “autismo” sin encontrar eco en ningún aspecto del mundo real.

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Esto llevado al entorno familiar puede ser una “bomba de tiempo” pues en ese mismo actuar en la red cibernética podemos provocar en el otro, que está allí también expectante, una idea que lo lleve a pensar o creer determinada cosa, reemplazando el actuar sincero por una serie de “contextos simulados”, lo que termina siendo caldo de cultivo para las más sutiles perversiones, pues sabemos que el sujeto se enmascara o se oculta de mil formas y es común encontrar en la red perfiles falsos por medio de creaciones alfanuméricas para aparentar multitudes eufóricas; en este ocultamiento se inserta el individuo que no obstante todo ello, navega inalterado, en una estructura imaginaria que lo satisface y lo motiva, pero a la vez lo hace más distante de su entorno.

Efectivamente el entorno al individuo continua allí, intacto, la realidad natural: las moléculas de oxígeno, carbono o nitrógeno que nos permiten vivir, persisten en su eternidad; la verdadera “red ecosistémica” que nos sostiene está detrás de la ventana y si observamos con detenimiento podremos advertir el paso del viento entre los árboles y la fuga de las ardillas que aligeran su marcha sobre las hojas secas del camino; el mundo real más allá de las pantallas sigue su natural devenir.

Para el individuo absorto en la realidad virtual los procesos de conocimiento siguen inmóviles e inactivos, pues sin la experimentación con las cosas, difícilmente puede incorporar el saber a su vida personal; mientras tanto el tiempo pasa de manera inexorable y el universo avanza en su expansión, pero creemos que todo va bien con nosotros, extrañamente seguimos herméticos y ausentes al “acontecer natural”, a la experiencia sensorial que es el único puente que estimula nuestra inteligencia y permite el fluir natural del conocimiento.

En este contexto la familia es el primer espacio de integración social, a través de la comunicación efectiva, del cruce sincero de palabras que crea la conexión para vivir entre nuestros hijos, padres y abuelos, queriéndonos como una hermosa “manada de seres vivos”, que beben de la misma fuente, articulan el lenguaje en su intimidad y fundan su existencia. La cibernética y la red nos enmascaran de forma sigilosa y a veces perversa, pues ha llegado a la intimidad de nuestro hogar, quizás para enmudecernos, para reemplazar ese silencio por textos, fotos y signos que nos mantienen en un traje espacial inaccesible desde fuera, cómodo por instantes, pero al final asfixiante al entorno emocional de la familia.

Finalmente debemos romper con los esquemas automatizados de las redes y volver al origen de las cosas, permitir en el cerebro el retorno de las palabras, el gusto por los sabores cotidianos, reconocernos en la realidad familiar, pues no somos perfiles, ni somos escenas de ficción, realmente la vida está compuesta por carne y piel, requiere contacto permanente de palabras que resuenen en nuestro interior, pues como seres pensantes podemos discernir de manera repentina, indagar y dejar fluir nuestra convicción, retornar por el camino del método hacia el conocimiento de nuevas cosas, que nos lleve al asombro y de paso al buen trato entre semejantes, al verdadero encuentro con nuestra naturaleza.

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