Invitando a la casa y esta vuelta un desastre
Por Aura Isabel Olano Correa
El sector histórico de Popayán es único. A pesar de los terremotos que ha sufrido a lo largo de su historia, como el de 1983 que la semidestruyó, en las distintas épocas de la ocurrencia de esos eventos sus autoridades, la academia, sus profesionales y la comunidad en su conjunto contribuyeron a su reconstrucción, incluso la mejoraron en muchos aspectos, pero siempre respetaron su arquitectura, su trazado original, su esencia, su alma, de ahí que sea ‘Estilo Popayán’. De no haber sido tan celosos con su historia, con su patrimonio, legado por tantos generosos predecesores, que de su propio peculio le dejaron obras a la ciudad, tanto físicas como artísticas, no sería la Ciudad Blanca, querida y admirada en el concierto nacional e internacional. Enriquecieron los pasos de las procesiones con la visión, quizás, de que fuera su festividad más importante, como lo es desde la fundación de esta urbe.
Los antepasados cuidaron con esmero cada rincón de Popayán, lo embellecieron, dejando valiosa herencia no solo para que sus descendientes hicieran gala de ella, sino para que se beneficiaran, cuidándola, respetándola, con la obligación tácita de aumentar ese patrimonio del que muchos pudieran vivir, verbigracia del turismo.
En los últimos años Popayán ha involucionado, su descuido es evidente: andenes rotos por doquier, ventas ambulantes desbordadas, y sin que la Administración Municipal dé una inteligente y audaz alternativa para que los vendedores informales sean reubicados o puedan ejercer otra actividad de manera legal. Hay que preguntarse, por ejemplo, de dónde obtienen la mercancía que ofrecen en la calle. Le corresponde a la Dian pedir facturas y a la Alcaldía hacer que la Dirección de Impuestos y Aduanas, que está encima de los contribuyentes legales, cumpla con su deber.
A propósito de los destruidos andes, que son trampas mortales, anteriormente la Administración Municipal oficiaba a los dueños de los inmuebles para que los arreglaran, si no cumplían, la Alcaldía procedía a la reparación y su costo lo incluía en el recibo del impuesto predial. También multaba a los establecimientos de comercio que no acataban los modelos de avisos establecidos, tampoco permitía que sacaran a la puerta la mercancía, mucho menos que vitrinas y puertas fueran de materiales diferentes a la madera y al hierro forjado. Había orden, respeto por la ciudad, se cumplían normas que son vitales para la convivencia ciudadana.
Hoy, el peatón debe saltar del andén a la calle para hacerles el quite a las estufas y ollas en las que cocinan sancocho en varios sitios céntricos, como en inmediaciones a la Torre del Reloj, insignia de la ciudad; preparan asados, arepas, en fin, todo un menú. También hay que esquivar canastos con frutas y verduras y a las marchantas apostadas en los andenes, cuando esos productos deben estar en las plazas de mercado, que son varias en la ciudad. Las ventas ambulantes son máquinas de producir basura, por lo que el espectáculo es deprimente. Y ni hablar del que fuera el centro comercial Anarkos, convertido en ruinas y sus alrededores igualmente decadentes. Existen otras ruinas, de las que una vez fueron lindas casonas, hoy copadas por la maleza, la desidia y la falta de autoridad, como la antigua casa de habitación de monseñor Miguel Arce Ángel Vivas, diagonal a la Torre del Reloj.
El parque Francisco José de Caldas, corazón de Popayán, el cual se divisa desde el propio despacho del alcalde, también produce congoja.
Todo ese desorden desdibuja la otrora tacita de plata, cuyas calles parecían enceradas y brilladas, hoy muchas de ellas con desgastado pavimento y tapas de alcantarillas rotas. Cualquiera puede destruir el mobiliario urbano sin que le pase nada. La inseguridad es el pan de cada día, basta ver los informes de la Policía para advertir que el hampa se ha tomado la ciudad que, al tiempo que comete toda suerte de ilícitos contra los ciudadanos, se dedica al microtráfico, envenenando a la niñez y juventud. Ese es otro problema que padece la ciudad.
No sabemos si el alcalde, Juan Carlos López Castrillón, se habrá percatado de la crisis en que está Popayán; creo que no, porque la está ‘promoviendo’ en la Feria Internacional de Turismo en Madrid, España, acompañado por la primera dama. Dice en uno de sus tuits: “Le (sic) contamos a visitantes de todo el mundo que nuestro patrimonio cultural, tradición y riqueza natural nos convierten en un lugar que vale la pena conocer. ¡Popayán es un viaje en el tiempo”.
Claro que vale la pena conocer Popayán, pero antes de invitar a extranjeros, en este caso asistentes a esa feria mundial, hay que poner orden, embellecerla, cuidarla y hacerla cuidar, para que sea verdaderamente turística, segura, que recorrerla produzca deleite. No es posible invitar a nuestra casa, cuando está vuelta un desastre. Esta importante herencia tiene enorme potencial por desarrollar de forma creativa. Para eso se eligen alcaldes. A la administración López Castrillón le resta un año escaso, y no vemos que en tan corto tiempo pueda enmendar la plana, no solo en el sector histórico. ¿Qué hay con el resto de la ciudad?
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