Habló Colombia
Por Gloria Cepeda Vargas
El lunes 16 de junio amanecimos con un presidente elegido por segunda vez. Los últimos días de campaña pusieron a prueba la cordura de los colombianos vapuleada entre las insanias del manicomio y las cabriolas del circo.
Hasta la respetada voz de Jorge Robledo naufragó frente al hastío y la desesperación que desde tiempos inmemoriales nos revuelven el seso. No fue Juan Manuel Santos el triunfador de la “democrática” contienda. Fue la necesidad fisiológica de una vida en paz, el clamor imperioso por el derecho colectivo, el reconocimiento que reclamamos como ciudadanos de bien. Por eso presidente Santos, obviando sus tropezones y delirios fuera de foco, decidimos darle nuevamente un voto de confianza. Nunca como ahora su compromiso con el país ha sido más obligante. Por encima de todo, usted es un hombre pragmático pero un hombre al fin y al cabo nacido y criado muy lejos de los desgarramientos viscerales de Colombia, del hambre de Colombia, de la desnudez de Colombia. Si los remiendos y las añadiduras dinásticas le permiten avizorar el panorama colombiano en toda su sobrecogedora realidad y entender que usted no es el propietario del país sino su administrador; es decir, el asalariado que nos debe puntual rendición de cuentas, será bienvenido otra vez. De no ser así, habrá perdido su segunda oportunidad sobre esta tierra tan necesitada de equidad y ética bien distribuidas.
Álvaro Uribe-el zapateado que más retumba en estos fastos memorables- es una mezcla de caudillo y Mesías. Un batiburrillo de irracionalidad y avidez. Con Juan Manuel Santos encarnó la Colombia sin retoque durante años de desmesura. Aupó la candidatura presidencial de su ex Ministro de Defensa pensando que cabalgaría sobre sus ancas almidonadas. Se equivocó. Santos gobernó como le dio la gana y Uribe le declaró la guerra.
Lo demás es historia conocida. Ires y venires curtidos en una serie episódica de truhanería agazapada, fueron noticia de actualidad. Caimanes del mismo pozo, Juan Manuel Santos y Uribe Vélez se trenzaron en una camorra interminable con armas comunes y logística conocida por ambos mientras las fisuras de esta piel macerada en siglos de injusticia, crecen y se multiplican.
Quizá obnubilado por la efervescencia del momento, Santos no capta lo obligante de su compromiso con un pueblo plagado de misereres conocidos y heroísmos inútiles. Colombia no lo eligió a él. La izquierda democrática no votó por él, las alianzas de última hora no surgieron en nombrede su discutible trayectoria. Sin oxígeno ni esperanza, el país se acogió a las negociaciones de La Habana como a una tabla de salvación y le tendió la mano a uno de los más conspicuos representantes de esa clase ávida e inconsciente que aprovechando nuestra ignorancia, rige la vida ciudadana en nombre de lo que no existe.
Juan Manuel II debe cumplirle al país. La empresa en cuyo nombre lo elegimos, es una trama compleja. No estaría de más conocer el origen de las Farc, los motivos de su supervivencia y de su degeneración. Sin tanta alharaca, deberá enfocarse con otra mirada el despojo consuetudinario de la clase campesina, lo precario de la salud pública convertida por obra y gracia de errores imperdonables del mandatario de turno en material mercadeable, la proscripción del derecho de un pueblo utilizado ocasionalmente como escudo o comodín. Hay que estimular el crecimiento de la educación pública y dignificar el concepto delo que significa el profesional tecnológico. El mercado no puede con tanto doctor en tinieblas, con tanto profesional universitario dedicado al rebusque. El bienestar de Colombia es un deber de blancos, negros e indígenas, mujeres y hombres, viejos y jóvenes. No solo del pueblo raso. No puede llamarse obligatorio un servicio militar solo vigente para una clase social determinada. En cuanto a los diálogos de paz, los negociadores de una y otra orilla deben incluir como protagonista de primera línea a la mujer colombiana, suprema damnificada en este descuartizamiento fratricida.
En suma, desde las raíces necesitamos un enfoque más humano y realista de lo que somos. Lo que tenemos hoy es un régimen primitivo y por ende machista y confesional. El clasismo traducido en privilegios de estatus, desemboca en un caos administrativo y social que amenaza con llevarse por delante lo que nos queda de democracia.
El aporte del importante caudal electoral de Óscar Iván Zuluaga será necesario para hacer del país una nación moderna, con jueces y juristas dignos y nivelación económica progresiva. Doctor Santos: usted no representa nuestras expectativas saludables. Es solo su personificación hipotética. Colombia votó por un país en paz logrado mediante un compromiso compatible con el derecho colectivo. Responda como lo decisivo del momento exige despojándose de taras ancestrales y recuerde que solo las promesas y el deber cumplidos justifican la labor del gobernante.
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