Feliz cumpleaños señorita Campana
Por Gabriel Bustamante Peña
Cómo pasa el tiempo, hace nada recuerdo estar recibiendo la noticia del nacimiento de esa niña traviesa, traída en una tradicional cuna payanesa, pero que de entrada puso el grito en el cielo ante la monotonía y ausencia de medios críticos y reflexivos, y que, por su repicar incesante, su orgullosa madre anunció que llamaría La Campana.
Hoy, 15 años después, y en medio de muchas dificultades y en contra de muchos intereses, esta importante publicación continúa valientemente resonando y sacudiendo las enmohecidas paredes blancas de una Popayán que cada vez está más lejos de su título de Ciudad Culta, y esto, precisamente, por la pérdida paulatina de las numerosas publicaciones que en el pasado ayudaron a forjar generaciones enteras de grandes políticos, poetas y sabios.
Hoy Popayán se ufana por creer que progresa al abrir centros comerciales, bares o discotecas, y no se ha percatado de la tragedia que ha configurado que la Ciudad Culta de Colombia cerró hasta su última librería, y permitió que acabaran con un diario octogenario ante el silencio pusilánime de una clase dirigente: origen y consecuencia de la decadencia cultural de nuestro tiempo.
Hay por esto, hay que cuidar lo que nos queda, cuidar nuestra memoria escrita, porque los diarios y las publicaciones más que cumplir una función científica o literaria, tienen la misión de asumir la reflexión histórica, asumir la construcción de conocimiento desde lo cotidiano, desde la noticia, la reflexión de la misma y la construcción de una cultura viva, la cual desde la historia de nuestra civilización occidental ha bebido de dos fuentes privilegiadas: la lectura y la escritura.
Es la historia de la escritura y la lectura, la que explica el surgimiento de la cultura ateniense en medio de la publicación de libros escritos dos mil años antes de que Gutenberg se iniciara en el oficio de la tipografía. Y a su vez, no se pueden explicar la revolución americana, ni la francesa, ni la emancipación de América Latina sin el papel que cumplió la masificación de la lectura a través de la imprenta. Sin los periódicos populares, sin los panfletos y sin las publicaciones masivas hubiera sido imposible generar comunidades amplias que discutieran la necesidad de superar la opresión, los agravios y conflictos de la época.
Y por ser parte de esta historia signada por la escritura y la lectura, fue que Popayán se consagró como la ciudad culta de Colombia y de América. No gratis, la primera tipografía llegó a Popayán en 1811 por encargo de la Suprema Junta Revolucionaria que adelantaba la lucha contra la tiranía española. De esta manera en 1814 nació la publicación “La Aurora” como órgano de difusión de la naciente democracia patria y que estuvo a cargo de Manuel María Quijano y José Antonio Arroyo. Entre 1818 y 1832 salen a la luz pública publicaciones como “El fósforo”, “La trompeta”, “El republicano”, “El constitucional”, “El meteoro”, y el “Conciso”.
Era tanto y tan variado el ambiente político, intelectual y cultural de la ciudad que la imprenta no daba abasto. Por esta razón la Universidad del Cauca comenzó las gestiones para obtener su propia imprenta encontrando la dificultad de los grandes costos que esto acarreaba; ante lo cual varios ciudadanos aportaron de su patrimonio para sacar adelante tan loable proyecto, posteriormente se comisionó al doctor Joaquín Mosquera para que comprara la imprenta en París, y dos años más tarde el 8 de mayo de 1832, escoltada por una marcha patriótica, el sonido de las campanas y la pólvora, entraba a la ciudad la “imprenta de la universidad”, se fundó el semanario “El constitucional del Cauca” y a lo largo del siglo XIX se dio vida a cerca de 100 espacios entre periódicos y revistas.
Hoy la Campana cumple 15 años resistiendo en medio de un desierto, de una Popayán a la que la modernidad no llegó, pero tampoco nos permitieron conservar el valioso espíritu de nuestro pasado. Y nos toca acomodarnos con la realidad de ser la Ciudad Culta de Colombia, a pesar de haber cerrado nuestras librerías.
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