Eufemismos
Por Gloria Cepeda Vargas
No sé si el instinto de supervivencia o la sobrepelliz moral nos convirtió en lo que somos: reino eufemístico, regodeo de la ambigüedad y la perífrasis, caldo de cultivo para el tapujo o la alcahuetería consagrados por la Academia y las urgencias non sanctas de políticos y leguleyos.
Cruza la mascarada. Los interrogados físicamente no son más que inermes ciudadanos torturados sin misericordia, dar de baja o neutralizar significa en castellano asesinar, reajuste cambiario quiere decir devaluación, servicio privado o tocador significa inodoro, material para adultos, pornografía; regulación de empleo, despidos masivos; los tiernos «hacer pipí o pupú» en cuya acepción huelga insistir y una de las más urticantes resinas de la infamia: las famosas «mujeres confort» de la segunda guerra mundial, abyección que confirma la involución nipona y su cobardía para dar la cara, traducidas en 20.000 estudiantes de esa nacionalidad y 410.000 estudiantes chinas forzadas a satisfacer como esclavas sexuales los rijosos desmanes de la soldadesca japonesa.
En la reciente crónica de nuestra más conspicua hipocresía, asoman la cabeza con honores los falsos positivos. ¿Qué significará, objetivamente hablando, esta contradicción semántica, esta mixtura donde se abrazan sin rubor lo falso y lo positivo? ¿En virtud de qué singular ayuntamiento comparten el tálamo nupcial dos inconciliables criaturas para engendrar un monstruo semejante?
Este condumio que nos tragamos con la irresponsabilidad y sumisión tradicionales, no es más que un crimen perpetrado por el Estado en los ciudadanos más vulnerables del país. Muchachos campesinos, en su mayoría hijos de madres analfabetas, defensores de derechos humanos o contradictores políticos a quienes el régimen no vaciló en destruir moral y físicamente presentándolos como guerrilleros atrapados con las manos en la masa.
Son muchas las incoherencias que socavan la credibilidad ciudadana. Muchos los sapos, las culebras y hasta los dinosaurios que hemos debido tragar o tenemos atorados en cualquier rincón de la conciencia. ¿Puede ser falso un ente positivo? La esencia medular de este vocablo ¿riñe o no con lo movedizo y lo espurio? ¿Era necesario apelar a lo inconexo para justificar las trampa jaulas del gobierno?
No hablo de moral o de sentido común en este caso. Sería perder tiempo invocando los buenos oficios de un fantasma. Me refiero a las incongruencias de la superficie, a las mataduras de esta piel que de tanto soportar intemperies y demoliciones, se convirtió en un cuero reseco que ni siquiera sirve como elemento decorativo.
opinión, agosto 16 de 2013
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