En bicicleta, argentino salió de la Patagonia y se dirige a Alaska
“No esperaba encontrar tanta riqueza artística en Popayán”
Unir a bordo de su bicicleta los dos extremos del continente americano, partiendo de Ushuaia, en la Patagonia, Argentina, llamada el fin del mundo, hasta Proudhoe Bay, norte de Alaska, en donde termina la ruta Panamericana, es la travesía que realiza desde el 22 de junio del 2012, Guillermo Federico Aimar, un argentino de 31 años, que el 23 de julio hizo escala en Popayán, luego de recorrer capitales y ciudades intermedias de Chile, Bolivia, Perú y Ecuador.
Coneste particular proyecto que denominó “Ushuaia-Alaska”, la meta del politólogo es recorrer más de 32.000 kilómetros y, en el camino, ir visitando instituciones educativas infantiles para compartir con los estudiantes esta experiencia, tal como lo hizo en Popayán, en la escuela La Milagrosa.
A diferencia de ciudades como Piura, Cusco, Chulite, Guayaquil, cuyas alcaldías no solo lo recibieron y le facilitaron su estadía, sino que le dieron constancia de su visita, en la administración municipal de Popayán, en especial en la Secretaría de Cultura y Deporte, ni siquiera lo recibieron, por lo que decidió continuar el viaje, pero luego de pasar la piedra Norte, cuando comenzaba a morir el día, vio el aviso: “Posada del Rancho”, en donde solicitó que lo dejaran acampar. Allí fue acogido y permaneció durante nueve días, tiempo que utilizó para conocer la ciudad.
En la Posada del Rancho, La Campana encontró a este joven de alegre mirada azul, amistoso ybuen conversador, desprovisto de la arrogancia clisé de los argentinos, quien dejó su trabajo en el Banco Mundial, en donde hacía parte del proyecto de modernización del Estado, con un salario mensual de US$ 1.200 dólares, para recorrer varios países suramericanos y formarse, a través de la experiencia directa, su propia opinión.
“Si bien el estudio forma a las personas, necesitaba entrar en contacto con realidades que no conocía claramente”, afirmó este politólogo que cursó su maestría en la universidad de Boloña.
Fue una charla extensa, en la que nos enseñó un gran libro que ha ido armando con sus experiencias y ha recopilado los dibujos y conceptos que los niños han hecho sobre sus propias ciudades, ejercicio que este inquieto investigador les propone a los alumnos de escuelas de las ciudades por las cuales pasa. A través de los pequeños conoce las culturas, los sitios de interés, como en el caso de Popayán, en donde los niños dibujaron la Torre del Reloj, la Catedral, el Puente del Humilladero, entre otros sitios de interés, que le mostraron con orgullo.
L.C. ¿Por qué tomó el riego de recorrer solo varios países?
G.F.A. Sentí la necesidad de hacer algo que rompiera un poco la rutina que llevaba. Cuando uno se propone hacer cosas que no están en los libretos, lo tildan de loco, pero después le dicen, qué bueno lo que hiciste. Mi mamá no lo compartió, sigue sin comprender por qué renuncié al trabajo y vendí mi automóvil, ella lo ve desde lo económico, y yo, desde lo personal.
Mi lujo es viajar, no es vestirme con ropa de marca, o ir a un gran restaurante, claro que si tengo una oportunidad la disfruto, y hasta lo veo desde otra óptica. En Argentina era muy ansioso a la hora de comer, ahora disfruto la comida, empiezo a valorar las cosas más simples, estoy más atento a vivir el día a día, porque en mi trabajo siempre estaba pensando y proyectando cómo resolver los problemas de mañana.
L.C. ¿Sintió temor?
G.F.A. No conocía Chile. Iba con temor, y desde que inicié el viaje traté que mis ojos fueran una especie de espejos que reflejaran cuanto iba viendo, liberándome un poco de los prejuicios, porque eso impide viajar o perderse de un montón de cosas por no afrontar lo que no nos gusta y hacer lo mismo de siempre y no quería hacer eso.
Entonces entré a Chile con la sensación de que Uy, qué va a pasar, porque entre Argentina y Chile hay una rivalidad grande. Pero más allá de unas bromas no pasa, al contrario, gracias a Chile, una de las conclusiones lindas que saqué del viaje, es que las personas quieren ayudarte, tenderte la mano sin importarles de qué país eres, de cuál son ellos o de rivalidades históricas, y eso te da una esperanza en el ser humano.
Allá visité una escuelita que tenía entre 18 y 20 alumnos; a la directora le gustó lo que yo estaba haciendo y me pidió que me quedara unos días más para compartir con los chicos, pero como no puedo quedarme sin hacer nada, vi una guitarra y le dije que si quería podíamos preparar una canción típica de Argentina. Arreglamos las guitarras rotas y a los siete días estábamos haciendo un taller. Hace poco hablé con la directora y me dijo que habían comprado varios instrumentos y que estaban conformando un grupo musical.
L.C. Su seguridad estuvo en riesgo. ¿Qué le pasó en Perú?
G.F.A. En Perú trataron de robarme la bicicleta y la cámara fotográfica, pero logré escapar, me tiré al pavimento, vi a lo lejos un camión, pedí auxilio, pero el conductor no paró.
Luego de esa experiencia, estaba con mucha adrenalina, me dio angustia y me sentí vacío, como si hubiera perdido la vida y no pudiera volver a ver a mi familia, a mis amigos, a disfrutar de una tarde en la terraza de mi casa, a no volver a gozar de las cosas sencillas.Pero también me ayudó a darme cuenta de lo comprometido que estoy con este viaje, y pensé que si me había opuesto al asalto, quería decir que no lo estaba haciendo a la loca. Creo que esas cosas pueden pasar en un viaje y que por suerte no me dispararon y pude afrontar una situación fea, que me hizo seguir adelante con mi gran aventura.
Cuando le conté a mi mamá ese impasse, ella viajó a Perú a verme, pensó que iba a encontrar a un hijo desnutrido, cabizbajo, desmoralizado y harapiento, pero no, antes bromeamos con eso y pasó de un amor posesivo, a un amor comprensivo, porque los padres lo que más quieren es que sus hijos sean felices.
L.C. ¿Cuál es su impresión sobre la gente caucana?
G.F.A. Me llamó la atención que para comenzar una conversación, yo tenía que romper el hielo, entonces se daban cuenta de que no era un marciano, o un loco, y entablábamos una buena relación. La gente de Colombia, como la de Argentina, quiere saber qué estás haciendo, de qué se trata, para dónde vas, es decir, quieren saber todo de ti. En Colombia me he encontrado con mucha gente que también viaja en bicicleta, entre ellos un chico de Italia, otro de Canadá, del Japón, de Colombia misma, otros muchachos iban al Ecuador.
L.C. ¿Cómo le pareció Popayán, qué imagen tiene de esta ciudad?
G.F.A. Llegué para pasar un día y me quedé casi nueve. Me acerqué a la Alcaldía para presentar el proyecto de lo que estoy haciendo, como lo he hecho en otras ciudades, pero no me atendieron, pregunté si había un hospedaje, pues en muchas partes los hay para viajeros como yo, en villas olímpicas, o sitios de encuentro, pero me dijeron que no. Creo que no les gustó la idea, tampoco fue posible en los Bomberos por cuestión de seguridad.
Debía, entonces, seguir la ruta, porque estaba oscureciendo. Veía que la ciudad no terminaba, que no era tan chica como pensé. Empecé a subir y subir. De pronto observé un cartel que decía “La Posada del Rancho”, si es campestre, pensé, debe haber campopara armar la carpa y mañana continúo. Pregunté, la respuesta fue positiva: Sí, claro, te podemos ayudar; al rato llegó la dueña y me dijo: ¡No!, cómo vas a dormir ahí, en ese suelo duro, y me hizo desarmar la cama. Ellos fueron los primeros amigos que hice en Popayán. Era increíble, cómo de una situación adversa, de repente todo se transformaba, no me estaba yendo sin conocer la mítica Ciudad Blanca, a la que ya le había tomado algunas fotos.
Al día siguiente bajé con tiempo al centro, después de saludar a unas personas de un restaurante que está casi a la entrada de Popayán, a quienes conocí el día que llegué. La ciudad me pareció muy bonita y cálida su gente.
A los dos días visité el Pueblito Patojo, algunas iglesias, el Museo de Arte Religioso. Fue muy lindo conocer esos lugares emblemáticos de la ciudad. No esperaba encontrar tanta riqueza artística, porque uno cree que ese tipo de museos y de riquezas culturales solo están en las ciudades grandes, me sorprendí.
También me llamó la atención la técnica con la que pintaban, los temas no tanto, porque en esa época eran religiosos, pero pintaban como en Europa. Por lo que vi, Popayán siempre ha sido una ciudad culta, lo cual también se evidencia en su arquitectura, con identidad propia que se distingue de otras, como la de Pasto, que también es muy linda, pero la imagen de Popayán es muy fuerte, me pareció una postal, toda blanquita, prolija, pero eso no valdría nada si no tuviera todo el condimento para que la gente se sienta a gusto aquí.
El joven expedicionario partió a Cali, luego iría al Eje Cafetero, a Bogotá, Medellín, la Costa Atlántica, y de allí a Venezuela o Panamá, aún no lo había decidido.
artículo publicado en la edición impresa del 22 de agosto de 2014
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