El Tilín, Tilín de don José Alirio Córdoba
Casi cinco décadas recorriendo las calles de Popayán, para llevarles a los niños sonrisas y deliciosos sabores.
Por Aura Isabel Olano
¿Quién no tiene guardado en su recuerdo ese ‘tilín, tilín’, campanilleo callejero evocador de colores y deliciosos sabores, todo un reflejo condicional del que hablara Pavlov?
Esa magia no se ha perdido. De eso se ha encargado don José Alirio Córdoba Capote, reconocido por los niños de un vasto sector del norte de Popayán, que al escuchar el campanilleo salen raudos tras esas refrescantes paletas de frutas y de chocolate.
Para los pequeños son una delicia y para él, un hombre jovial, que a sus 74 años sigue empujando su blanco carrito de paletas, esta golosina significa no solo su subsistencia sino una forma de vida desde hace 48 años.
Con su sonrisa franca, que deja ver unos huérfanos molares, este hijo de El Rosal, Cauca, comenzó su vida laboral a los 15 años de edad, lavando casas, vendiendo tamales y rellenas en las galerías de Popayán, trabajando en construcción, luego lo recomendaron para este oficio en el que lleva casi cinco décadas.
Cuando los niños escuchan las campanitas, saben que viene el abuelo a vender los helados en los barrios Santa Clara, Antonio Nariño, Catay, Campamento, La Playa, entre otros sectores, todos los días; los sábados, domingos y festivos hace las mejores ventas, le quedan libres 15 o 18 mil pesos, por eso no pierde el fin de semana. “Dios me ayuda, para que así sea con lluvia, pueda vender”.
Dice que a su esposa, Margarita Hernández, quien era oriunda de Pitalito, Huila, le impactó tanto el terremoto de Popayán de 1983 que enfermó del corazón y murió el 24 de diciembre de ese año. Hoy este viudo, que solo tiene un hijo, que es cacharrero, vive en el barrio El Arenal, atrás de la iglesia de Belén.
Por ahora José Alirio no ha pensado en el retiro, porque vive de su trabajo, no cotizó para pensión de vejez. Eso sí, tiene carné del sistema Sisbén. Los 120.000 pesos que recibe como auxilio del adulto mayor cada dos meses, los ahorra, precisamente, para la época en que ya no pueda seguir ofreciendo paletas. “Esos pesitos que ahorro son para alguna enfermedad, como cuando me operaron de la vesícula, que me sirvieron mucho, no pude trabajar, pero no me morí de hambre”.
Lo que gana diariamente con los helados, lo destina a su manutención, al pago de la energía, unos $11.000 mensuales, y de agua $24.000 anuales, del acueducto de Poblazón.
Su hijo, que lleva su mismo nombre, José Alirio, le insiste en que deje de trabajar, que él lo ayuda económicamente, pero este hombre que parece un roble, se niega a dejar su actividad y su independencia, porque todavía se siente fuerte. Sale a las 8:30 de la mañana de su casa, luego de preparar un desayuno “trancado” con arroz, huevo, chocolate y arepa, recoge en el sector del Recuerdo su carrito de paletas e inicia el recorrido. Hacia las 5:00 de la tarde, después de haber caminado muchas cuadras, regresa a la empresa para la cual trabaja, entrega cuentas, deja el vehículo y retorna a su vivienda a las seis de la tarde.
Cree que su vitalidad se la debe a su alimentación, en especial a la sopa de maíz, y a la diaria caminada.
Mientras la mayoría de personas de su edad está jubilada, sentada en un parque o en su casa, viendo pasar las horas, don José Alirio Córdoba Capote seguirá promocionando con su campanita las paletas de limón, de coco, de arequipe, de ron con pasas, de alhoja, de fresa y el helado casero. A su encuentro seguirán saliendo los niños, que cuando adultos recordarán a este abuelo bonachón, de blusa blanca, que estacionaba su carrito para que escogieran la paleta de su predilección.
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