El suicidio, un llamado a la sociedad
Por Eulalia Castrillón Simmonds
Psicóloga
A raíz de las dificultades de todo orden que nos ha ocasionado la pandemia (aislamiento, falta de contacto social, temor a perder la salud y la estabilidad económica, pérdida de libertades asociadas al confinamiento, permanencia en espacios limitados restringiendo las actividades físicas, artísticas, intelectuales, sobrecarga de tareas escolares, laborales, domesticas, escasez, maltrato, aumento de la pobreza, entre otros), y ahora agudizadas con el estallido social y la violencia de las últimas semanas, cada día se afecta más la salud mental y aumenta el riesgo del suicidio.
La conducta suicida está relacionada con factores emocionales y afectivos como la soledad, la desesperanza y la falta de sentido de la vida que lleva a sentirse desvalido, infeliz, en un mundo sin salida. Sentimientos asociados a la depresión y al suicidio.
Una es la causa y otros los motivos que llevan a que una persona se autolesione. Por lo general, hay una historia de carencias (por escasez o abundancia) que les hace débiles para afrontar las dificultades que el paso por la vida les ocasiona. No cuentan con una figura familiar ni una persona en su entorno que los escuche y atienda su llamado. No hay un hombro en el cual apoyarse y solo ven en el suicidio su salida, con la fantasía de que al desaparecer los males calman su dolor y castigan a quienes no les brindaron la ayuda que hubieran podido o debido darles.
Hay ideas suicidas que aparecen y se fijan en la mente de las personas desde muy temprana edad, y que ante un detonante se activan alcanzando su fin. Es cuando por un No, una insatisfacción personal, un fracaso académico, una pérdida o frustración amorosa, una sanción familiar o por limitaciones económicas, entre otras, las personas exponen sus vidas o se agreden terminando con su existencia.
Escribo estas líneas para que podamos entender lo que está sucediendo en nuestra sociedad, particularmente con nuestros jóvenes hoy. Muchos de ellos no son felices; se sienten solos, perdidos, frustrados, sin oportunidades, no ven un futuro al que llegar, que les permita alcanzar sus sueños (cuando los tienen), no se vinculan afectiva ni amorosamente, no tienen amigos con los cuales contar, no hay grandes ni pequeñas pasiones por las cuales luchar, esforzarse y levantarse cada mañana. Gran parte de ellos está creciendo en ambientes sociales y familiares hostiles, donde el reconocimiento y las expresiones amorosas son escasas, podría decir que mezquinas. En fin, ni el hogar, ni la escuela, ni la comunidad ni la sociedad les ofrecen esos entornos de protección y contención que requieren, lo que los hace vulnerables, en especial a la depresión y al suicidio.
Hago este llamado para que como adultos entendamos, escuchemos, identifiquemos realmente las necesidades de nuestros niños y jóvenes. Que sientan nuestra presencia, nuestro afecto, nuestro soporte y que, como padres, maestros y adultos, consideremos que no solo podemos, sino que debemos desempeñar un rol activo en su crianza y su desarrollo. Que ponerles límites, normas, acompañarlos y darles ejemplo es la mejor forma de hacerlos fuertes y, lo más importante, propiciarles los elementos necesarios para que sean felices.
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