El Popayán de los choznos
Por María Cecilia Coronado Jiménez
Remando entre las memorias de un pasado aún vibrante, rebosante de nostalgia, despierta sin igual el diario de un tesoro idolatrado, durmiente al arrullo bohemio de Chancaca en la grandeza de una melodía maravillosa, pura y genuina;fantásticos e incontenibles momentosemocionantes al paladar emanaban entre el pastel de Piña de la tienda de Clarita, diluido con ungoloso sorbo del Kumis de las Montilla. En el transcurrir de un latido, un suspiro sentimental se escapa al evocar esa particular patoja niñez, aquellos recuerdos permanecen al pie de todo nuestro camino, que con gestos emotivos en compañía de un profundo silencio logran atraer.
Cientos anidaron entre su gusto un bizcochuelo de misiá Aurora, el recuerdo imborrable de un barrioen donde las fuentes de agua eran comunitarias,una casa en particular, un patio como escenario de increíbles aventuras, una calle como muchas otras calles que fueron alfombra del apoderado millonario, escenario en múltiples oportunidades de Cocorote, en donde la perfección a lápiz delcarismático vagabundo pintor quedó expuesta infinidad de veces para distracción de muchos;puntos que después de tanto tiempo aún guardan en su esencia maciza el abrazo de lo que fueron, las increíbles harinas del horno San Jaime, la casa tienda de las Cujas y el incomparable olor del irresistible pan de Aura Cuéllar, envolvían el coqueteo desnudo de faroles mimados porbalcones, sin igual sonrisas entre trozos de hierroforjado con miradas confabuladas, saboreaban laauténtica delicia de una crema de barquillo de la heladería La Imperial o el ácido sabor en boca de una panela de guayaba con sello Endara, mientrasperdida entre el bullicio cotidiano, la retreta en elfondo engalanaba el momento a ritmo de paso doble.
Se gozaba de casonas a puertas abiertas, donde Villamarín aprovechaba la oportunidad y pedíalimosna, lumbrales que el memorista escogía para recitar sus discursos, ecos que desaparecían enzaguanes infinitos llamando a oídos cercanos con cacareos, grandes corredores de pilares que claustraban el patio, en cuyo entorno las materas ybutacas que invitaban a pasar el rato con los abuelos, eran ocupadas para escuchar esas tan repetidas leyendas, homenajeando a personajes míticos en la constante compañía de la luna, haciendo converger el ambiente de tantas emociones resumidas en nervios incontenibles, buscando acurrucarnos unos con otros para protegernos en nuestra inocencia de ser perseguidos por figuras sin color, endulzando el momento para que fuera menos terrible con deliciosas colaciones de las Valdivieso.
En el día podía divisarse la inolvidable sala amplia, total elegancia embellecida por sus muebles negros en palo de rosa con esterilla dorada, cómodas mecedoras, asientos con brazos que permitían un goce pleno a las visitas para disfrutar de una larga velada al calor de las copas de una dulce mistela elaborada en casa o el saboreo increíble del inolvidable Kresto de la Viña, entre cuento y cuento con el secreto chisporroteo o murmullo de las velas que iluminaban el lugar; cuartos elegantemente arreglados con cubrelechos elaborados en tejido de croché, almidonados con estilo sin igual; otros edredones de retazos multicolores que fueran el escudo de las mil puntadas ejecutadas por las abuelas con paciencia o gran gusto. Al pie de ellas,un pequeño con una manita apoyada en sus faldas,mientras la otra sostenía un sabroso dulce de las Lozada, hacia infinidad de preguntas del porquéhacía eso. Muñecas de porcelana y tallados portarretratos con la foto agüita adornaban los muebles de madera, coloridas pelotas se deslizaban sobre impecables ladrillos con diseños geométricos de la época, que envolvían anchos corredores. El olor invitaba al comedor, mesas decoradas, vestidas con mantel de organdí rosa y cubremantel de bayadera bordada, calada con sus respectivas servilletas, puestas con abundantes golosinas preparadas en casa; alrededor frutas en bandejas de plata centradas en el elegante seibó que almacenaba toda clase de vajilla y cristalería de la época, rematados en bordes de oro.
La cocina era en donde, con fogones de leña, carbón de piedra o tronco, se preparaban las más exquisitas viandas para el diario vivir y las fechas más conmemorativas del año. Con orden perfectoy paciencia sin igual, las abuelas y sus hijas se dedicaban a los oficios de la casa, con un poco de ayuda extra. El gusto se deleitaba ardiendo bajopailas de cobre, mecidas según el palpitar de cagüingas dirigidas ante la fuerza motriz de Candelaria, dando libertad al excesivo vapor, escapando para perfumar las perlas limas coloridas, presas por tapias pisadas, meciendo su verde olivo al arrullo de la melodía del sereno sobre el esplendor de la noche, testigos suficientes de delicias para toda la familia, dando siempre el compartir con los vecinos de la cuadra. Llegada la hora del convite, se cruzaban los majares en bandejas artísticamente decoradas para dejar en cada hogar el sabor de las abuelas.
El cuadro de esos espacios era tan completo, que ahora se puede leer en la memoria de quienes vivieron esa esplendorosa estancia, el palo sembrado al piso para la máquina de moler granos y carnes, sobre otro tronco la piedra grande pesada, ahuecada por el uso con su piedra de mano para machacar los ajos, cominos, pimienta ydemás especias. Hornillas austeras con brasas candentes en donde reposaban las ollas de barro al fuego de sus inigualables hervidos tentadores,mecidos por las cucharas de palo. En sus paredes de adobe pintadas con cal blanca, grandes clavos de hierro sobresalían colgando canastos de carrizo, bateas de madera, pailas de aluminio, parrillas de hierro, calderos separados por grandes lecheras.
A un lado, de todo aquello, sobresalía una mesa de trabajo elaborada en madera fuerte con patas gruesas, cubierta con una carpeta de vistosos colores, fácil de lavar, en la cual se hacía el alistamiento de las apetitosas preparaciones,iniciando las meriendas del día con el conocido trago, pequeña taza de tinto recién colado; el desayuno con los recordados huevos en cacerola, café negro, calentaos, en compañía de par masitas de choclo con cebolla, arepas o deliciosos panes de la Vienesa. A las medias nueves, un vaso de agua de panela con envuelto de choclo, colada o camote; para el almuerzo las señoras, aposentadas en los taburetes de madera y cuero que redondeaban el área, comenzaban la limpieza y corte de suculentas recordadas preparaciones, deincreíbles platos de zango, caldo batido, torta de pescado, ejecutada en cajas de macarela que servían de moldes para hornear, que entre otras cosas se convertían en rallador, al hacerlesagujeros con una puntilla; diversidad de sancochos, el apetecido arroz con manteca de cerdo, vinagre de piña o guineo para sazonar variedad de sudados; hígado encebollado,sobrebarriga, carretos de cola eran delicias para el paladar; sopa de arroz, tripazo, sopa de masas, de huerto, pipián de repollo. Vestían los irresistibles secos las deliciosas alchuchas, sardinas, morcilla;variedad de ajíes daban un toque perfecto a los tentempiés familiares, tamales de Coconuco, pasteles de arracacha, regios, horchatas, botellitas de aguardiente, envueltos de yuca, pambazos de chicharrón, papas guisadas con cáscara, sorbetes, potajes, masatos y ratafías.
En Semana Santa la sopa de ayuno que se preparaba con tortillas de Cajete y huevos batidos, acompañaban a Ratón de Iglesia y a la Negra Sara en el transcurrir de las procesiones. El entredía era previsto por una taza de café con un par de pambazos o molletes de Lola Troches. La esperada comida era el raspado de ollas de la magia sobrante del almuerzo. Antes de ir a dormir, la cena cerraba la comilona con agua de panela,casada con uno de los tantos bocados que vendía Gerardo Canencio. En época navideña hervían bailes de clavos y canelas entre manjarblanco, majarillo, brevas en almíbar, desamargados de limones, naranja agria, dulces de papaya, piña, coco rosado y verde, cidra y lulo, papayuela, higuillos y ajíes dulces, almíbares en reposo que enmarcaban con dulzura plena en boca aquel único placer de veteranas, buñuelos de yuca en forma de huevo, elegantes hojaldras de naranja, roquillas de cinco puntas que nos hablan de los cinco días santos de la pasión de Cristo. Otros sabores de antaño en la fecha eran los perniles de cerdo al horno, pavos, ensaladas, fricandós, jamones y salsas que llegaban a engalanar las mesas humildes de aquel tiempo, sabores únicos dieron vida a una gastronomía que duerme en la memoria del incomparable comprimido con kola la Reina,después del antojo saciado en el restaurante La Sirena.
Esperando sin vacilar el beso de la alborada, el transcurrir de un día más, despierta con la vagancia verbal de la Negra Chispas. Las tías enredando hilos en la bayadera templada por el tambor, escuchan el paseo de las paisanasvendiendo huesos de cerdo en hoja de plátano, ylos hombres de la casa terminan su arreglo frente al aguamanil, enluciéndose para darse un vueltón e ir por las mantecadas de yuca a donde Misiá Paula, tirando quimba en medio del mercado libre poruna Popayán perfecta, notable, un tanto melancólica ante los tangos del tenor Gardel,dividida por gamas de aceras en donde al cobijo de panderetas y pañolones de galón, desfilaba exuberante, ataviada de elegancia, siempre ausente de alpargatas, el vaivén sonriente de Mery Canencio, deslizándose erguida como botones de rosas, brotes luminosos que en día de mercado las señoras vendían en las esquinas, siendo esta distracción tema preferido de los jinetes a caballo,bestias alquiladas por Avispa, orquesta de cascos que se detenía para saborear el hilo de almíbar que coronaba el particular raspado, al tiempo que el amable Primitivo y Medio se acercaba para pedir limosna. Todos atentos mientras se embriagan conlos aromas de las matronas, acompañadas por sus empleadas, encaminadas rumbo al mercado, viendo cómo el señor Velasco inspeccionaba con la mirada su vientre para preguntar repetidas veces en tono suave, un tanto lento ¿Nino o Nina?, asegurando una vez más lo acertado que era el horóscopo erótico del peculiar genio.
Pasando a trote, junto a ellos, los campesinos con sus atados frescos, revueltos frutales de antaño, mezcolanza de legumbres que tejían un fondo de guamas, churimba, calza muela y mona, anidando guayabillas, nísperos amarillos, arrayanes e incorporados michinches o mortiños, aromas meritorias de una prosa con la sintaxis de Juan Bautista Torijano. Densos, pesados canastos que se golpeaban unos con otros, afán que terminaba en rose con las carteras de la rápida e inolvidable Trinidad Murillo, mundo aparte para no dar disculpas o peor aún, esperar alguna.
Corriendo iban los mercaderes para alcanzar espacio en la antigua plaza de mercado, ubicada en aquel entonces, a unas cuantas cuadras del parque Caldas, donde los orfebres del barrio Los Artesanos deleitaban con su peculiar civil o un tanto religioso trabajo, mientras contadas mujeresreunían algunos centavos lavando en el río, dejando impecables innumerables prendas al frote de tuzas de choclo y hojas de azul, que los señores lucían orgullosos en tiempo de calzonarias, peineta de bolsillo e infaltable pañuelo marcado, viéndolos tomar desfile hacia el corrillo del café Alcázar para la tertulia cotidiana, disculpa del acostumbrado tinto con tiro de billar, envolatando en ocasiones el rumbo para degustar unos cuantos sorbos refrescantes en la chichería de don Arcecio.
Por otro lado, en un cielo pasajero, libreta de poemas de Ramón Dolores Pérez, las aves alistaban segunda voz a la espera impaciente del invasivo silbo ferroviario, dando inicio en la Estación al canto ambulante de exquisiteces afrodescendientes, bateas u ollas de barro rebosaban en bocados de pescado aborrajado, cucas sin igual y únicos bizcochuelos en cajas de macarela. Al mismo tiempo, los niños impacientes, asustados por las temibles cejas del maestro Concha, esperaban el cambio del tren para correr a bordo, disfrutar por segundos de su arranque, anticipadas a ellos las campanas doblaban en manos de Valdéz, música angelical enla cual las hermanas Agustinas con hábito deCorneta, caminaban en medio de la aglomera comunidad para la acostumbrada tradición reflexiva con regocijo en latín, idioma perfectamente entendido por el culto políglota,época cuando el cura daba la espalda a los fieles, todos lo veían caminar hacia el púlpito paraescuchar su sermón.
Posterior a ello recibir la comunión en ayunas,entre el roce célebre de manteleta y boina, absoluto silencio, sorprendente tras oscuros telares exonerados de mangas cortas y escotes, tiempos que no perduraron toda una eternidad para quienes durmieron en su esplendor y rieron con simpatía al encuentro cotidiano con la felicidad de Rosarito.
Entre kilómetros de cuadras que encerraban el comercio de recordados extranjeros, en el cual Mauricio Mugraby, David Donskoy, los Dayan, Mizrachi, Mettler, entre otros, deleitaban nuestromirar con ropa, variados accesorios que se mezclaban con negocios tradicionales de la época,dando vida a lo que fueron las artesanías de Ernestina Grijalva; el crocante frito de Alfonso el Cubano, el banco del Comercio, farmacia Humanidad, droguería Muñoz y farmacia La Enfermera, en la cual el recordado Caquiona hacia diariamente varios mandados, perdiéndose entre el tentado aroma que cantaban los amasijos de las Bustamante.
Ires o venires de todos los que visitaban almacenes Mil. Iban de visita a la maternidad Primo Pardo, o se trasportaban en las distinguidas berlinas hasta la clínica Popayán, muchos de ellos esperaban en casa para ser atendidos por el Dr. Flórez o Villamil, fórmulas varias veces dotadas por el farmaceuta Roberto Sánchez, cuando solo con mertiolate o mejoral los males eran curados y se concluía la convalecencia con una sopita de tortilla, recetada por el boticario Jorge Tobar, remedios benditos que daban libertad a los más pequeños para salir, disfrutar con sus cómplices de aventuras, en sus inocentes juegos de canicas, vistas, moñona, trompo, o más bien, jugando a la mamá en las inocentes comitivas, corriendo para no ser estatua o lograr un buen escondite al conteo del compañero, saltando, teniendo suerte de caerpreciso en la recordada rayuela, brincando lazo. Otros intentaban encestar el balero, hacer garabatos con el yo-yo, los demás distraídos jugando a las cintas, las arracachitas, el restoimpulsaba ruedas con un trozo de palo en la mano. Se distraían cambiando caramelos o juntando tapas de gaseosa para jugar al pepo, andaban en triciclos o patines de cuatro ruedas, al mismo tiempo que repetían palabras al oído, logrando un retorcidoteléfono roto, picardías que terminaban en una salida para degustar un sorbo del salpicón de Baudilia o el irresistible barquillo de arequipecomo postre.
Melcochas de azúcar derretidas por el calor de las bananas de anís, brincaban en bolsillos de niños al compás de gritos inocentes, mientras el ciego Baldomero hacia piruetas para no estrellarse contra ellos, observados por el memorista Pablo Murillo, quien en silencio mantenía bellos los jardines de las casas, unos cuantos saboreaban,entre risas, trozos de cosmopolita, refrescaban el goce con Ginger Ale y calmaban el vacío con pasteles de queso, estornudaban bullicios con restos de caucharina, disfrutaban por segundo los deliciosos amor de un día, se deleitaban con coquicos en papel vejiga, manchaban su cara con bigotes de algodón y brincaban de la felicidad al sostener en mano un bombón de panela y coco en palo de caña, regalado por el querido Mitigal, o una cucharada de dulce de camote, corriendo entre ramas y parcas para disfrutar de pequeños frutos apelados moquitos y piojitos, un total recreo para el paladar.
En las mañanas, rumbo a la escuela de la recordada señorita Simona, impecables caritas sonrientes con peinados engominados por lechuguilla, trajes almidonados a la marcha de zapatos relucientes, caminaban con talega en mano, bolsa sorprendente que guardaba una pizarra con almohadilla de tela y las recordadas Cartilla Charry o Alegría de Leer. Afanados, aun sin llegar a su destino, esperaban el anhelado fin de semana para zambullirse en la piscina Municipal, la infinita inocencia frente al Matiné en la mañana, un pícaro encuentro en el Social de la tarde, o la Vespertina por la noche en el recordado Teatro Popayán, si el día era soleado un auténtico paseo de olla a Saté, a orillas del río Cauca o los dos Brazos, destinos increíbles de los mejores recuerdos fotográficos, sin dejar atrás la caminata familiar de costumbre especial hasta la capilla de Belén, mientras otros gustos de andanzas preferían escenarios domingueros que se entrelazaban en la famosa fritanga de Críspula y la Telaraña.
Explotaban encuentros ilimitados de soldados con empleadas del servicio, recocha amontonada con el gusto en boca de platos típicos, fritos en pailas ardientes al estruendo de la farra romántica, afuera las ofensas andariegas del vulgar y tuerto Zócalo abrumaban el entorno de vecinos, otros tantos disfrutaban la ira de Barbarita con una insignificante seña de desliz bajo el mentón, a diferencia de Lorencito, Pateguava y Miel de Abejas, que solo miraban los días pasar como muchos más que descansan en el olvido o memoria de los que aún quedan arropados por los volantes de Timbilimbo, en estado silencioso, bastante tranquilo de ambulantes sin rumbo fijo.
Tentando su olfato y el de miles, por un irresistible plato de frito de las López, alias las Roncas, escuchando en un día, como cualquier otro, las quejas de dolor, provenientes del consultorio dental de Roque Castro. Unas cuadras a la deriva,las Doñas amarraban el mandado, embriagado enolor a vainilla de las aclamadas delicias Raquel Castillo, caminando con el telón en fondo de los ecos risueños que se escapan con abundancia de la rueda de Chicago. La Chirimía interpretaba historias instrumentales de amoríos y culturas, hoyyacen en un pasado, aún más lejano, que cardar lana para tejer los ya desaparecidos pañales en bayetilla.
Cuántos miran detenidos el ayer, cerrando por unos segundos sus ojos. Cuando se es niño existela ingenuidad de que todo es para siempre, sin imaginar que existe un pasado, quedan atrásinnumerables momentos especiales en un lugar increíble a sus expectativas.
Un día, sin imaginarlo, crecieron y tuvieron que partir, muchos sin posibilidad de volver, dejan atada el alma en un lapso de sus más profundos sentimientos, todos recuerdan por segundos un juguete, una calle, un solar, un olor, una canción, un mueble ya acabado, el nombre de ese ser especial, una voz. Las cosas nunca son como losueña la inocencia, revivir la niñez en una ventisca, con la rapidez inolvidable de unaplumilla en manos de Hernando Arboleda,segundos mágicos que aun después de tanto tiempo, siguen siendo el maravilloso oro del ayer,vislumbrada transparencia en las incontenibles olas de los ojos y bendita plata en el gris de los años.
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