El desbarrancadero
Por Jairo Hernán Ortiz Ocampo (*)
Ya se había advertido suficientemente acerca de las implicaciones políticas para el país que un partido y/o movimiento político con graves antecedentes asumiera el poder. Un partido que además tiene en su fundamento ideológico, constitutivo y rector, la negación absoluta de sus opositores y contradictores.
En dos años hemos retrocedido a las décadas sombrías de las masacres, de los asesinatos selectivos de líderes sociales y defensores de derechos humanos y al desplazamiento masivo de poblaciones de los sectores más vulnerables del país.
En tan poco tiempo hemos pasado de la esperanza de la paz al desbarrancadero de la guerra, a la política del “todo vale”, de los atajos, del salto al vacío, de la desesperanza, de la violación de los derechos humanos y a la política que va en contravía con la dignidad humana.
Según las cifras del Observatorio de Conflicto, Paz y Derechos Humanos de Indepaz, en lo que va el 2020, 270 personas han sido asesinadas en 68 masacres. De las cuales el 80% no se ha podido determinar su autor material. En cuanto a los asesinatos selectivos de líderes sociales y defensores de derechos humanos, según la Oficina para los Derechos Humanos de la ONU, en lo que va de 2020 han ocurrido 47 casos.
De igual modo, el fantasma del desplazamiento forzado aparece de nuevo y se reportan en lo corrido de 2020, 19.000 personas víctimas de este flagelo. En ese orden, solo en esta semana fueron asesinados dos integrantes del partido de oposición al gobierno, Colombia Humana. Uno de ellos en Popayán, Gustavo Herrera, exgerente de la campaña electoral anterior de Gustavo Petro. Muerte que ha generado un profundo dolor e indignación entre sus familiares, amigos y en los sectores sociales de base.
Los sectores de las bases sociales, los defensores de derechos humanos y de la paz, seguirán clamando por el respecto a la vida, por su dignidad y por la imperiosa necesidad de la implementación efectiva de los acuerdos de paz. La causa de los problemas del país no es el narcotráfico, ni Venezuela, ni Rusia y/o un “enemigo externo”.
El gobierno debe dejar de actuar con indolencia y cinismo, debe acercarse a las comunidades y comprender sus problemáticas. El poder es el arte de transar, de alcanzar consensos y por lo tanto es un elemento constructivo de la comunicación. El poder como coerción y/o opresión no deja espacio para la intermediación. Es lo que caracteriza a los gobiernos autoritarios y opresores, es lo que ha conducido a los pueblos al desbarrancadero.
(*) Docente Unicauca
jhernanortiz@hotmail.com
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