El Departamento del Cauca, con un gran “choque” cultural
Por Armando Torres Ordóñez
Después de la Constitución del 91 que se empezó a hablar de la plurietnicidad y pluriculturalidad, los menos del 2% de la población de grupos indígenas que había en el país, subió a casi 4%, la esperanza de ellos aumentó, comenzaron a sentir que eran importantes, que ya era hora de hacer presencia después de muchos años de exclusión. Extrañamente ese porcentaje de población aumentó, y no por cuenta solamente de su tendencia a tener muchos hijos, sino por datos de inclusión en la lista de grupos indígenas que se hicieron en los resguardos, inscritos en los organismos del Estado como nuevos indígenas. Es que eso de ser indígena se puso de moda en el país, dada la cantidad de beneficios que empezaron a recibir en salud y educación, y la cantidad de dinero que sus jefes empezaron a manejar, entonces la lista de solicitudes aumentó, los requisitos se simplificaron, no era sino ser corto de estatura, trigueño, pelo lacio y tener un bastón o ser amante de la flauta.
El choque cultural se da en toda Colombia, pero en unas regiones más que en otras, y me atrevería a decir que el Departamento del Cauca es el que tiene el choque cultural más acentuado del país. Eso tiene múltiples explicaciones, una de ellas, es que en todo el oriente del Departamento, y que cubre parte del Huila y Tolima, existe la segunda población indígena más grande del país; los Paeces, después de los Wayú, esta última como primera población más numerosa, asentados en la Sierra Nevada de Santa Marta, la Guajira y parte de Venezuela.
Esta condición de tener el segundo puesto no sería un problema, si no fuera por el pasado histórico cruel -que a no dudarlo- sufrieron estas comunidades, desconocer eso es desconocer la verdadera historia. Pero no es posible estar todo el tiempo mirando el retrovisor y con el freno de mano aplicado, así no hay vehículo que avance, se necesita mirar el pasado, tenerlo en cuenta, corregir errores, pero soltar el freno de mano y aplicar el acelerador.
No sé qué estará haciendo el gobernador Elías Larrahondo para reducir ese choque cultural, por lo menos sabemos que los anteriores gobernadores no hicieron nada, pero a nivel local, el alcalde Juan Carlos López Castrillón acaba de instalar la Primera Mesa Técnica, una Comisión Mixta de Educación entre el Consejo Regional Indígena CRIC y el Municipio. Según sus palabras: “Ello posibilitará fortalecer los nexos educativos y culturales, que son motor de nuestro plan de desarrollo, darles reconocimiento e inclusión cultural a estos resguardos dentro de nuestros programas de trabajo, especialmente en el sector educativo”.
Firmar un acuerdo de cooperación con las comunidades indígenas para acercarlas más a la ciudad suena interesante, pero ojalá no sea una rendición más de parte del alcalde, porque no se hizo nada frente a la ofensa de la estatua de Belalcázar, agachó la cabeza y los dejó pasar para que tumbaran al fundador de la ciudad. Estas comunidades se tienen que dar cuenta que aquí se les abre las puertas para todas sus expresiones culturales, pero también tienen que educarse y aprender a conocer la ciudad.
Históricamente han pasado cosas graves, el bloqueo de carreteras es una de ellas, y es un tema de nunca acabar, hasta en tiempo de pandemia, cuando la economía está en el piso, estas comunidades bloquean la vía, y no hay autoridades que frene ese delito, que debe asumir la Fiscalía, que da cárcel, y que hasta donde yo sé, nadie ha pagado por eso. La invasión de fincas ha sido otro problema, he leído de haciendas lecheras que a sus dueños les tocó abandonarlas por las acciones violentas de los indígenas.
Ya localmente, el año pasado vinieron los Misak, acompañados por la fuerza pública, y delante de ellos derribaron la estatua, nada menos que del fundador de la ciudad; la obra de arte se queda en el piso, a sol y agua, y luego vemos un helicóptero llevándosela a cuidados intensivos, rumbo a una UCI, sin cabeza y, por supuesto, sin tapabocas, en medio de la pandemia es trasportada, porque el fundador está herido, pero aún vive, duró 80 años en su pedestal como guardián de la ciudad, motivo de contemplación y admiración.
Estos acuerdos de cooperación, de entendimiento, de unión, son para que entiendan estas comunidades que a la ciudad se le respeta, que aquí vivimos payaneses y foráneos, y que el valor grande es que los payaneses construyeron esta ciudad durante casi quinientos años, tiempo suficiente para tener derechos sobre todo el territorio del Valle de Pubenza, incluyendo los cerros tutelares y, por supuesto, el cerro de Tulcán.
De dónde acá el Instituto de Antropología e Historia dice que este cerro no es de Popayán?, el argumento es que por haber encontrado restos humanos, vasijas, utensilios -que por supuesto deben estar protegidos en un museo por su valor histórico y cultural, nadie está negando eso- pero no es argumento suficiente para quitarle el cerro a una ciudad que tuvo la posesión durante casi 500 años, y que en ese cerro montaron a su fundador y posó altivo y con el acta de fundación en su mano durante 80 años, ningún daño les estaba haciendo la estatua del fundador a los utensilios que tiene el cerro en su interior y los que se sacaron, la arqueología está por dentro y la historia está por fuera.
Qué equivocados están estos señores del Instituto de Arqueología e Historia, claro, es normal que cuando un instituto está lleno de Antropólogos, ellos estudian a los indígenas y terminan amándolos, entonces los defienden en todo, pero ¿este instituto hizo un análisis sociocultural de lo que es el pueblo payanés?
Tienen que entender esta comunidad indígena y todas las comunidades indígenas del Cauca, que aquí se asentó una población hace casi 500 años, ha construido una ciudad, con una arquitectura envidiable, que se vino abajo por cuenta de la ira de la tierra y la levantaron nuevamente, que tratan de conservar su arquitectura, sus costumbres, su historia, y que le abren los brazos a todo el que quiera venir.
Debe servir de algo ese acercamiento que hace el alcalde, porque creo absolutamente en el diálogo, en la concertación, pero eso no debe ser de papel, tienen que existir compromisos serios, uno de ellos es que la estatua debe volver a su pedestal, y eso no significa que tengamos que pedirle permiso a la comunidad indígena, eso significa que se les advierte, se los previene, se les dice, que la ciudad se respeta; y ahí es donde está el talante de un alcalde que defiende su ciudad, no solo es firmar acuerdos de cooperación en educación, sino también actuar con firmeza frente al daño que le hacen a la ciudad, y la primera autoridad debe decirle al Instituto de Arqueología e Historia de Colombia que está equivocada en sus estudios, informes y decisiones, porque está desconociendo el derecho histórico, cultural -además de posesión, que es un asunto legal- que tienen los pobladores de una ciudad frente al cerro de Tulcán.
Aquí hay un problema grave, no solo en la ciudad sino en el Departamento, un choque cultural de altos niveles que puede estallar en cualquier momento, se necesita una política social incluyente, recursos para todas las poblaciones negras, indígenas, eso ya lo sabemos, y la Mesa de Educación, como la llama el alcalde, debe extenderla el gobernador, debe ser también regional para que se den cuenta de que si seguimos tirándonos entre nosotros, continuaremos ocupando el deshonroso segundo lugar en pobreza a nivel nacional, si las comunidades indígenas siguen bloqueando la vía Panamericana, siguen invadiendo fincas, siguen sin aprender a cultivar la tierra y siguen mirando más atrás que adelante, se frenan ellos y nos frenan a todos; formar el Departamento Indígena del Cauca es una idea que se tienen que sacar de la cabeza -hasta allá tampoco- tienen que entender que esta ciudad y este Departamento son de todos, y entre todos los sacamos adelante.
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