El Cambio, un cuento en Navidad

Por Óscar Rodrigo Campo Hurtado
Representante a la Cámara por el Cauca
Estos aires navideños me inspiran a narrarles una historia de Portachuelo, un antiguo barrio ubicado en una ciudad cualquiera de un país de América Latina, donde residen pequeños comerciantes, empleados públicos y trabajadores de distintas actividades que claramente podrían ser una fiel muestra de su clase media popular.
En Portachuelo pasa de todo, y en gran medida gracias al enorme trabajo realizado por su junta de acción comunal que, además de administrar algunos recaudos voluntarios y otros obligatorios de los vecinos para actividades varias, se la juega cada año en el presupuesto participativo de la Alcaldía municipal, pudiendo financiar así arreglos locativos y obras de importancia para la comunidad.
Se aproximaba la elección de la nueva junta con su presidente; y, una vez más, Lenin Federico, un acérrimo contradictor de todos los vecinos que habían ejercido la dignidad de presidentes de junta prendía motores con su diatriba de indignación.
Él denunciaba unos supuestos autopréstamos y robos que se habían cometido en las últimas administraciones: la de don Uriel por dos períodos, la de don Emanuel, igualmente por dos periodos y la del joven Iván Darío, quien debía entregar el cargo de presidente que, entre otras cosas, a pesar de haber ayudado a combatir un brote de sarampión, también hacía lo posible para validar todas las críticas de Lenin Federico, que no tuvo empacho en meterse hasta con la vida privada de los presidentes anteriores, hablando de infidelidades, de novias y amantes de cada uno, ¡qué barbaridad!
Engrandecido por la coyuntura y después de tanto intentarlo, los vecinos de Portachuelo decidieron darle la confianza a Lenin Federico para que asumiera el manejo de la junta de acción comunal. Este antropólogo de la universidad del pueblo no dudó ni un segundo en lanzar un ambicioso plan de trabajo, que atónitos los moradores del barrio escucharon el día de su posesión:
“Señoras y señores, ha llegado el cambio, haré que los vecinos que jamás los han tenido en cuenta, sean quienes lideren cada una de las actividades que asumiremos desde hoy; tendremos ollas comunitarias para los vecinos más pobres, nos integraremos con los demás barrios de la comuna a través del deporte en unos juegos sin precedente alguno, hablaremos con las pandillas para que ya no atraquen ni extorsionen más en el sector, le doblaremos la cuota de sostenimiento a los de las tiendas, talleres, almacenes y dueños de transporte para que los demás no tengan que dar nada. Ha iniciado la era del pueblo en Portachuelo”.
Como era de esperarse, fueron pasando las semanas y los meses, y de lo prometido, lo único cierto fue haber rescatado de las esquinas a varios de los vagos del barrio, que de la noche a la mañana los volvió “líderes comunitarios”. El prometido cambio fue en realidad un caos completo que se fue apoderando de Portachuelo.
Nunca hicieron una olla comunitaria, pero si dejaron morir las ayudas de los mercados solidarios que eran desde tiempo atrás el aporte anónimo de varios vecinos que compraban un bono a los tenderos del sector, el cual era convertido en remesa para los más humildes.
De otro lado, las pandillas se vieron reflejadas cómodamente en los nuevos “líderes comunitarios”, quienes en realidad eran sus amigotes de andanzas, generándose así una confianza criminal en cada esquina de Portachuelo; los atracos se volvieron permanentes incluso a plena luz del día, las extorsiones se extendieron al transporte de servicio público obligándolos a restringir las rutas, lo qué puso en calzas prietas a estudiantes y trabajadores.
Para rematar, por primera vez Portachuelo se iba en blanco en el presupuesto participativo de la Alcaldía, y lo que es peor, de las arcas comunitarias se había perdido hasta el último centavo.
Lenin Federico, sintiendo ya el malestar de todos los vecinos decidió hacer una fiesta para la cual había hablado con una banda musical de unos viejos amigos con los que había estudiado en la universidad. Para darle más realce al evento, extendió un aviso en el polideportivo donde sería la rumba, el cual decía: “concierto por los niños del mundo”, a decir verdad, la comunidad de Portachuelo asistió en un número considerable a la fiesta.
Aprovechando la multitud, Lenin Federico hizo discurso de instalación en el que les echó la culpa a don Uriel y a don Emanuel de su fracaso como administrador comunitario. Además, le declaró su malquerencia al maestro Varguitas, quien siempre ha sido un colaborador con las distintas juntas en los arreglos locativos, en las construcciones del equipamiento comunitario y en liderar los trabajos de mantenimiento a las calles de Portachuelo; ¡qué gran señor!, con un geniecito parejo, lo que lo había puesto a discutir con todo el mundo y a cogerse a piñas hasta con el rondero, por lo que algunos le guardaban cierta prevención.
La emoción invadió a Lenin Federico y no paró un segundo en tomar su cerveza favorita “Polar Light”, a tal punto, que fue perdiendo sus cabales y el contradictor de todos los presidentes de junta, el que los delató por infieles, volvía a dejar atónito a todos los presentes en tan magno evento; Lenin Federico le declaraba a todo pulmón su amor a Patrocinio, el barbero del barrio, quien al parecer por su reacción no le disgustaba tal confesión ante todos los presentes. ¡Qué “pea” la de Lenin Federico!, ahora sí que había pasado a la historia de Portachuelo.
Con la paciencia agotada y frente a una situación de caos cada vez peor, los moradores de Portachuelo empezaron a reunirse en las distintas casas comentando la gravedad de la situación de convivencia en el barrio; nombres nuevos empezaron a sonar para la nueva junta, pero en particular para presidente de Portachuelo. El mismo desespero llevaba a proponer los nombres más impensables, pero la misma inercia de la dinámica social fue fijando la mirada en el maestro Varguitas, el más preparado de todos, el más colaborador de todos, pero también el más malgeniado de todos.
El consenso fue tal, que hasta don Uriel y don Emanuel volvieron a conversarse; doña Amparo, quien lideraba el grupo de oración, se llevó a Varguitas a una imposición de manos para sacar ese mal humor y llenar de regocijo al ungido comunero. Efectivamente, el día de la elección llegó y Varguitas presidió la nueva junta de acción comunal de Portachuelo.
Algún tiempo después llegaron noticias de Portachuelo; efectivamente todos los problemas no se resolvieron, pero Varguitas logró trabajar con la Policía y la Fiscalía para regresarle la seguridad al barrio; organizó a toda la comunidad para atender cada grupo poblacional y mejorar los parques, regresarle a la juventud las canchas y sitios de regocijo que estaban en manos de jibaros y consumidores.
La comunidad recuperó la confianza, las ganas de trabajar por el bien común, lograron la suma más significativa del presupuesto participativo y Varguitas siguió siendo el cascarrabias de siempre, pero con la comprensión y reconocimiento de todos los moradores de Portachuelo que entendieron que detrás de una hermosa sonrisa no necesariamente hay un buen ser humano, y que detrás de un ceño fruncido puede haber un ser capaz de liderar, con carácter y sensibilidad social.
Estos cuentos de navidad, apartados de cualquier realidad en nuestra cotidianidad, nos llaman a pensar y a reflexionar sobre la importancia de la credibilidad y el carácter.
¡Un fuerte abrazo navideño a cada uno de mis lectores!
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