Cuidado con las Procesiones

Por en marzo 12, 2025
Las procesiones de Semana Santa de Popayán datan de 1556 y son valioso patrimonio religioso y cultural.

Las Procesiones de Semana Santa en Popayán son un patrimonio religioso y cultural de la ciudadanía, que datan de 1556, y su salvaguarda oficial reposa en la Fundación Junta Permanente Pro- Semana Santa, organización cívica creada en 1938 que, año tras año, organiza los desfiles en los meses de marzo o abril, según el calendario litúrgico de la catolicidad, con representación de la Iglesia Católica de la ciudad.

Han transcurrido 469 años de historia y la tradición hispánica y criolla no deja de ser compleja. Sin duda es una fuerza viva impulsada por los nacidos en Popayán, que sienten y celebran la reunión comunitaria en torno a la propuesta cristiana de vivir en fraternidad, como utopía ciertamente, pero también como una esperanza a la cual no se puede renunciar.

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A lo largo de dos kilómetros -veintidós cuadras- en el centro antiguo de Popayán, se traza en forma de Cruz latina, el recorrido por donde desfila un promedio de quince pasos de arte religioso y fina orfebrería, durante cinco noches, con la representación católica de la Pasión de Cristo y su Resurrección, en atmósfera de meditación y silencio, acompañado de música religiosa, incienso, flores, cargueros y sahumadoras con trajes tradicionales, alumbrantes y turistas, bajo un cielo casi siempre espectacular.

Esta unión comunitaria en torno a valores de transcendencia humana ha sido parte de la identidad de la población de Popayán. La cultura semanasantera es un sentir, entendido como celebración para encontrarse con familiares y amigos, caminar la ciudad antigua y observar los desfiles procesionales que representan la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.  

Este patrimonio que identificó a la ciudad y a sus habitantes de manera bastante homogénea hasta el año del terremoto de 1983 -cuando la mayoría de familias residían en el centro-, tenía una aceptación general de la Fe católica y no existían propuestas espirituales evangélicas ni pentecostales en la región, y la secularización de la población no era masiva. La ciudad, a pesar de su rezago económico, por no haber participado de la industrialización del país desde los inicios del siglo XX, era aún una villa tranquila y ordenada. La Semana Santa se promocionaba entonces exitosamente como producto turístico a nacionales y extranjeros, quienes disfrutaban de la tradición religiosa y cultural de Popayán, además de las comidas típicas ofrecidas decorosamente en locales comerciales, casas de familia y galerías, cuando estas eran sitios con administración, seguros e higiénicos y de gran valor cultural.

Cargueros y síndicos de las procesiones, arman los pasos en las iglesias. Esta armada corresponde a la procesión del Miércoles Santo.

El terremoto de 1983 cambió la composición demográfica de la ciudad e indujo una expansión de viviendas en las áreas periféricas. Aparecieron dos grandes comunas densamente pobladas, como son la Comuna No. 7, ubicada al sur-occidente de la ciudad, y la No. 2 al nor-occidente de Popayán, en las que se localiza un alto porcentaje de población registrada en el SISBEN, como ciudadanía susceptible de recibir subsidios gubernamentales en pro de la equidad social.

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A lo largo de dos kilómetros -veintidós cuadras- en el centro antiguo de Popayán, desfilan los pasos de las procesiones.

Cabe anotar que para el año 1985 el país inició el registro de la población desplazada por el conflicto interno y se inició el conteo de los nuevos habitantes que llegaron a la ciudad como víctimas desplazadas, provenientes de numerosos municipios caucanos -principalmente de El Tambo, Argelia, Suárez, López, entre otros-, así como de departamentos vecinos por los mismos motivos. A 28 de febrero de 2025, la población desplazada a Popayán y registrada en la Unidad de Víctimas asciende a 144.283 ciudadanos, de los cuales 62.435 son sujetos de atención y/o reparación de ayuda humanitaria y viven en este territorio. (Unidad para las Víctimas).

Hoy Popayán tiene condiciones socioeconómicas y culturales complejas. La ciudad no cuenta con políticas públicas claras y de largo plazo en generación de empleo formal ni de educación para el trabajo. Predomina la informalidad, representada en el moto-taxismo y las ventas ambulantes de todo tipo, pero especialmente en la venta de comidas preparadas en cocinas móviles con pipetas de gas ubicadas en casi todas las esquinas del centro histórico de la ciudad. La población es claramente diversa y el crecimiento urbano periférico descontrolado.

Desde el punto de vista cultural se observa un gran deterioro arquitectónico y urbano en el sector del recorrido procesional -cuando se supone que Popayán, al igual que Cartagena y Mompox, gozan del reconocimiento mundial y nacional por su patrimonio cultural y arquitectónico-; la nueva realidad en la ciudad refleja multiculturalismo, tanto que en los últimos diez años se ha registrado violencia de pandillas callejeras durante las Procesiones, situación que ha requerido incluso la intervención de la Policía; y desde el año 2017 se ha recuperado la Procesión del Lunes Santo por fuera de la organización oficial.

En la Popayán anterior al terremoto de 1983, la Semana Santa caminaba junto a la cultura ciudadana, se enlucían las fachadas, se pintaban las viviendas y había recolección de fondos en pro de las Procesiones, con personajes como la “animasola” -con vestido de carguero y cara cubierta con su capirote- que recorría las calles en busca de recursos. Las Procesiones transitaban además en riguroso silencio, los espectadores no comían durante el paso de los desfiles, y era casi imposible observar jóvenes en ropa deportiva, pudiéndose decir que existían unos códigos de comportamiento asumidos por los asistentes, que regulaban la convivencia y respeto por la tradición.

Hoy hay nuevas condiciones culturales y la Semana Santa parece no implicar para todos los residentes en Popayán un encuentro religioso integrador. Muchos no se identifican con las representaciones simbólicas, tanto en lo cultural como en lo religioso; y para otros la exclusión no es solo simbólica sino real, pues se comenta que su organización no es precisamente democrática.

Es cierto que las tradiciones culturales no son estáticas, que hay muchísimas cosas para preservar, otras para renovar y definitivamente otras para abolir, todo con el fin de darle sentido a los símbolos y recobrar su vitalidad. Pero, si bien no toda la ciudadanía actual se identifica con la “cultura semanasantera”, hay quienes sí se identifican con las posibilidades económicas que trae el evento, y se asocian a él desde la economía formal e informal. Dicho coloquialmente, a la Semana Santa se le “han colgado” muchas actividades comerciales, artesanales, musicales, turísticas, gastronómicas/mesa larga, etc.

Podría pensarse que tanta actividad económica obedece a una oferta turística orgánica e integral, pero el problema es que no es así. No hay organismo estatal o de alianza público/privada visible que planifique, coordine y lidere toda esa actividad crucial para la economía del Municipio de Popayán. Los múltiples servicios que se ofrecen en la Semana Mayor están atomizados y existe hoy una verdadera amenaza para los desfiles procesionales con la venta nocturna de todo tipo de comidas, la contaminación por ruido y olor en las calles contiguas a los recorridos, lo que impacta negativamente el sentido cultural y religioso del evento. Estas ventas ameritan ser controladas y direccionadas por la autoridad y la administración de la municipalidad hacia sitios determinados, donde puedan ofrecer servicios de calidad sin interferir con los desfiles nocturnos y la tradición centenaria. El descontrol es tal que hasta una venta de licor en las calles podría llegar a causar serios problemas, como también el peligro de las pipetas de gas cerca de los numerosos asistentes.

Por otra parte, es fundamental que la ciudadanía sea también activa en la defensa del patrimonio cultural/religioso que representan las Procesiones y ayude a salvaguardarlo, ya que la bonanza económica que se deriva del turismo por la Semana Mayor debe contribuir al progreso ordenado de la ciudad y no a atropellar lo prioritario: el histórico rito procesional y su mensaje.

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