Catecampo, periodista y amigo

Por Aura Isabel Olano Correa
Si hablamos de Luis Carlos Campo Mosquera, muchos, quizás, no sepan de quién se trata, pero si nos referimos a Catecampo, saben que hablamos no solo del periodista, sino del periodista probo, analítico, que defendió con su pluma los valores del oficio, trasladándolos a la defensa de las instituciones, al señalamiento de ciertos abusos del poder, a las deficiencias de las administraciones locales, regionales y nacionales. Siempre lo hizo con fundamento, de ahí la credibilidad que atesoró, que es el mayor patrimonio de un periodista, como fue el suyo, ausente de riqueza material, herencia que con orgullo recibieron sus hijos.

Su ejemplo de periodista íntegro, respetuoso, pero vehemente, fue lo que admiré en él, además de su divertido anecdotario patojo; conocía y amaba a su Popayán, a la que defendía como uno de sus mejores hijos. También conocía, como el que más, los intríngulis de la Villa de Don Sebastián y de los notables de la época, en especial de los políticos con sus aciertos y desaciertos, pero siempre “con reserva de inventario”, porque, como avezado periodista, era incrédulo frente al poder.

Se paseo con suficiencia por los lenguajes de la radio y la prensa escrita, fue jefe de redacción del diario El Liberal, luego su director; corresponsal de Occidente, El Espectador y de El Tiempo, casas editoriales en las que gozaba de aprecio. Fue un gran cronista, reportero, agudo analista político y del acontecer regional. Gran parte de su vida transcurrió entre la vieja máquina de escribir Olivetti, el archivo de clichés, de donde emergía la placa sobre un recuadro de madera, con la imagen de quien protagonizaba la noticia; otro salto al vetusto taller para entregar las cuartillas a los expertos linotipistas, encargados de transcribir las noticias que salían en lingotes de plomo, que luego iban a la cubeta de armado, con el consabido cliché, que era la forma de diseñar el periódico.
Tuve la agradable experiencia, recién graduada, de trabajar con él, en el inolvidable y prestigioso diario El Liberal, de la “Calle de Los Bueyes”, al lado del entonces director y gerente, el exministro Francisco Lemos Arboleda, otro gran señor, los tres sacamos adelante importantes investigaciones periodísticas de hechos non sanctos.
Me enternecía el amor que sentía por su familia, pero en especial la dedicación a su hija Patricia, con quien viajaba a Bogotá a tratamientos médicos, siendo muy pequeña.
Se nos fue el querido Catecampo, referente de una época de buen periodismo, no solo local, también nacional, pero no olvidaremos su legado, su amena charla, su verticalidad, incluso su pasión por el Santafecito, por el baloncesto, deporte del que fue entrenador, su gusto por los tamales de pipián y por otras delicias típicas patojas, acompañadas de destilados espiritosos.
El periódico La Campana hace llegar su más sentida voz de condolencia a su esposa, Clotilde Sánchez, a sus hijos Patricia Elena, Carlos Eduardo, Julio César y María Isabel; a sus nietos, Paula Valentina, Manuela, Noah Alejandro, Alana y José Gabriel, sobrinos y demás familiares.
En el plano celestial, seguro que Cate ya está gozando de la compañía de Germán, su primogénito, y de Sebastián Camilo, su entrañable nieto.
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