Abolir la reelección presidencial
Editorial junio.
Luego de la tempestad llega la calma. Ya sin los ruidos, las pasiones, los intereses personales, económicos y políticos, porque en las campañas se mueve de todo, como en el bajo mundo, bueno es reflexionar sobre aspectos, actitudes y conductas nada edificantes para el país y para la democracia, en las que incurrieron los propios candidatos, los funcionarios públicos de más alto rango, incluido el Fiscal General, los medios de comunicación, los periodistas y columnistas que fungieron como jefes de debate, cuando su misión es orientar a la opinión pública, no manipular a la opinión pública. Lamentablemente quedó en entredicho su bien más preciado, que es la credibilidad. Después de mostrar abiertamente, incluso con pasión el candidato de sus afectos, invitaban a votar “libremente”.
Difícil ver una campaña de odios, amores y apoyos por conveniencia, así no creyeran en las tesis del candidato. Con lo ocurrido estamos más convencidos de la imperiosa necesidad de abolir la reelección presidencial. El propio presidente Santos, antes de la campaña y durante ella, dijo que promovería la derogatoria.Es más sano aumentar el período presidencial uno o dos años.
La reelección se presta para abusos de poder, como lo vimos con la carrera contrarreloj de los ministros, gerentes de entidades descentralizadas y demás funcionarios, por todo el país ofreciendo el cielo y la tierra; se intensificó la costosa publicidad en los medios, mostrando las bondades de los programas gubernamentales, con mensajes de campaña como “Hemos hecho mucho y haremos mucho más” o “Hemos hecho mucho y con la paz haremos más”, actuados por el propio presidente con su chaqueta roja de campaña. No puede estar la chequera del Estado al servicio de la campaña de quien ostenta el poder, en un país presidencialista como el nuestro.
El resultado de la primera vuelta, a favor del candidato Oscar Iván Zuluaga, hizo que se intensificaran todos los métodos de lucha electoral. En aras de la paz, la Unidad Nacional se convirtió en la “Amalgama Nacional”.
Muchas cosas tendrán que replantear, tanto el gobierno como la oposición. Esta última deberá ejercer su papel crítico, bien fundamentado, sin oponerse por sistema, por venganza, por intereses personales o políticos, por querer imponer el caudillismo, en este caso del expresidente Uribe.En una democracia de verdad, la oposición no solo es necesaria sino indispensable, por el peligro que encarna el unanimismo.
Por su parte el gobierno Santos, que si bien obtuvo el triunfo, debió mover cielo y tierra con ese propósito, porque siempre se mostró a través de encuestas, un cabeza a cabeza, como se dijera en el argot hípico, con su opositor más fuerte, el exministro Zuluaga, apoyado, como él lo estuvo para llegar a la presidencia en el 2010 por el expresidente Uribe. Uno de los principales aspectos, motor de su campaña, como son las negociaciones de paz en La Habana con los dirigentes de las FARC, debe superar el secretismo, porque no es sano y genera dudas y suspicacias. No es que los ciudadanos que votaron por Zuluaga estén en contra de la paz, como de manera simplista lo repitió Santos en la campaña y el coro de cortesanos periodistas lo amplificó. No, la reacción negativa se debió, precisamente, al ocultamiento de las conversaciones. La paz la merece el pueblo colombiano, pero quienes le robaron la tranquilidad, deben pagar por sus actos, sobre todo por los crímenes de lesa humanidad, no con trabajo social como lo propuso el Fiscal General, paradójicamente, cabeza del ente acusador, cuya responsabilidad es investigar los delitos, mas no buscarles pasantías en obras pías a los delincuentes.
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