La fiscal
Por Gloria Cepeda Vargas
Luisa Ortega Díaz, convicta y confesa malabarista de ese circo que en Venezuela se llama Fiscalía General de la Nación, es una señora que a más de fiscal general (o fiscala generala, como diría Maduro), es abogada de la Universidad de Carabobo, doctora en Derecho Constitucional y para cerrar con broche de oro el blindaje académico que le ha permitido pasar sin romperse ni mancharse a través de diez años de complicidad con el dolor y la injusticia, ¡Diplomada en Derechos Humanos por la Universidad Latinoamericana y del Caribe!
Consecuente con la caparazón que la caracteriza desde el 31 de diciembre del 2007, cuando Hugo Chávez la unció a su corte de títeres, hoy aparece sin rubor alguno y constitución en mano, a declarar ilegal el último derechazo aplicado por Maduro a la carta política bolivariana: el desconocimiento absoluto de la Asamblea Nacional y sus atribuciones. Es decir, después de usufructuar a su antojo el poderoso boom petrolero; después de cohonestar el desmembramiento constitucional, económico, político y humano en ese país, ahora tiene el “tupé”, como dicen los venezolanos, de desconocer lo que contribuyó a justificar durante largos años de silencio. Por su parte, Maduro no se queda atrás. Como suele suceder también por estos rumbos, “no sabía nada” de lo que masticaba Luisa Ortega. Parece que el pajarito que le sopla al oído desde el inframundo, en esta oportunidad no llegó a tiempo.
Por primera vez la atención mundial hace eco a esta historia de dolor. Hasta ahora la terrible depredación de Venezuela fue inexistente para quienes viven fuera de sus fronteras. Ante los ojos impávidos de organizaciones supuestamente encargadas de equilibrar la dinámica regional, Chávez derramó sobre un pueblo inerme todo lo que tenemos de inconfesable y criminal. La actitud ingenua del pueblo venezolano, la índole perversa e ignara de los nuevos líderes y los intereses mercenarios del mundo, se unieron para convertir a Venezuela en un país que se muere de hambre sobre las reservas petroleras más grandes del planeta.
Cuando insisto en comentar estas cosas, llueve sobre mojado. Lo insólito del cuento, lo que deja en evidencia la calaña de todos los Chávez, Maduros y Diosdados que en Venezuela han sido, es la actitud de esta mujer con cara de yo no fui y entrañas de hiena. Denunciar a estas alturas como írrito lo que sostuvo en alto durante diez años; asegurar que el charco donde chapoteó a conciencia no es más que una arena movediza o un barrizal pútrido, nos dicen hasta donde pueden llegar la ignorancia y la perversidad confabuladas.
Luisa Ortega representa la fase patética de esa fauna primitiva que festeja al son del tambor la agonía y muerte del país entero (los chavistas también comen y se enferman sin esperanza). El rostro inexpresivo y el verbo desangelado, la convierten en una caricatura de lo que dice representar. En cuanto a Maduro, no podía esperarse otra actitud de alguien que de la noche a la mañana, sin siquiera barnizarlo, fue sometido a las exigencias que imponen el heroísmo o el caos.
Y ahí sigue doña Luisa Ortega con su talante de niña buena y su trasfondo de sepulcro. Su denuncia, debida a quién sabe qué oscuras componendas, se limitó a un bla, bla, tan extemporáneo como ridículo.
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