De dicotomías y otras cosas
Por Gloria Cepeda Vargas
Razón tenía mi padre cuando me decía: “Niña, no piense tanto, el mundo no es lógico”. Sus palabras regresan ante las añadiduras y sustracciones con que intentamos armar o por lo menos justificar las incoherencias patrias.
Bajo una colcha de retazos tan corta y estrecha que no alcanza a cubrir las miserias de la miseria, Colombia intenta conciliar el sueño. Quienes se cobijaron a tiempo, roncan a sus anchas; no así los retardados. La piel a la intemperie se eriza, las cavidades intestinales ronronean. Bajo las estrellas del invierno, duerme la humanidad al arrullo de sus diferencias seculares, amamantando egocentrismos y puerilidades. Y seguimos pasando, unos ahítos, otros famélicos; de algodón los unos, los otros de alambre. Cada quien en su esquina y ante su propio espejo.
En este escenario de luces y sombras inconexas, el bípedo humano plantó su tienda y escribió su historia. Edades de metal y de piedra fueron sustancia y materia de naufragio; en nombre de la civilización, la humanidad renegó de su centro y henos aquí, extraviados en un laberinto de axiomas que nadie escucha y leyes que nadie cumple.
Sabrán perdonar (como dicen mis admirados pastusos), la seudo disertación, pero todo lo que sucede bajo el sol es eslabón de la misma cadena. Por eso estamos como estamos: parlanchines como loros o kinéticos como micos, sibilinos como serpientes o acechantes como caimán a la orilla del caño, apelamos a la incoherencia de pensamiento y acción no solo por necesidad sino por oportunismo.
Filtradas entre las noticias “de importancia nacional”, nos perturban la siesta nimiedades como los numerosos episodios de conductores ebrios que atropellan hasta la muerte a todo el que se les atraviese o los dos niños abandonados diariamente en Colombia o los más de 65.000 casos de violencia de género con cobardía y sevicia incluidas a raudales o los amorosos padres que deshojan la margarita dedicados al noble deporte de violar a sus propias hijas o la terrorífica imagen de un futuro planetario hecho de podredumbre y devastación, para mencionar solo algunos de los pasatiempos con que la bestia humana se delata. Son pan de cada día, párrafos aparecidos al desgaire casi perdidos entre notas sociales o informaciones de farándula.
No sucede lo mismo con noticias tan necesarias para la buena marcha del país y el mantenimiento de la democracia como las últimas carantoñas empetacadas entre Vargas Lleras y Mauricio Cárdenas, prohombres bien curtidos en la dura faena de hacer patria o el sainete protagonizado por Montealegre y Ordóñez, torpemente enlazados en un intercambio de improperios de orilla. ¿Y qué decir de la danza de los siete velos que con gracia moruna arremolina las viriles caderas de los doctores Juan Manuel Santos y Uribe Vélez? Son informaciones preclaras como lo es el empeño del procurador, varón de horca y cuchillo cuando se trata de sacar del baile satánicas expectativas como la eutanasia, el matrimonio gay o el proceso de paz negociado en La Habana. O la divulgación de los arrumacos amorosos de las talentosas congresistas Claudia López y Angélica Lozano (con demanda de pérdida de investidura incluida), cuya trascendencia política rebasa las riberas del asombro, o las populistas (perdón, populares) pantalonetas con las que Angelino Garzón salta de rama en rama. Ésas, loor de nuestro espinazo republicano, de nuestro mestizaje cerebral antes que étnico, de nuestras arrodilladeras consuetudinarias, sí son noticias dignas de ocupar sitial de honor en los medios de comunicación.
¿Incoherencias, dicotomías o ebriedades litúrgicas? ¿Chamánicos aciertos o heroicos vagidos? ¿Bailamos al son que nos tocan o giramos en una órbita que no pertenece ni siquiera a los más abstrusos cálculos estelares? Quizá sí, quizá no, como suele ocurrir con toda incongruencia que se respete.
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