Hora de pensar
Por Gloria Cepeda Vargas
Las Farc acaban de emboscar a un grupo de soldados en el Cauca. Once murieron y alrededor de veinte sobreviven heridos. Es la noticia que pone en entredicho el proceso de paz. El presidente decreta la reanudación de los bombardeos y las raíces de este pueblo desdichado se contraen en un espasmo casi simultáneo a las explosivas declaraciones con que Yidis Medina irrumpió, la noche del 14 de abril, en el programa noticioso de Yamid Amat.
Los comentarios llueven y lo grave es que nosotros, amorfos y penitentes, ignoramos lo que sucede tras bambalinas. Los habitantes de las ciudades colombianas desconocemos más de la mitad de este cuento que parece extraído de los abismos del horror. Nadie nombra a los secuestrados ni mucho menos a los desaparecidos. Las mujeres, los niños, los pobres, los ignorantes, vamos y venimos desnudos e invisibles. Ante la gravedad de lo ocurrido, los voceros de la guerrilla deberían explicar a este pueblo martirizado por qué, en el vestíbulo de un cambio de semejante envergadura, se contradicen de manera tan desfachatada y parece que intentaran arrojar por la borda la última reivindicación que les ofrece el tiempo.
La lógica y el respeto son ingredientes imprescindibles en la constitución de la justicia. ¿No pueden los jefes guerrilleros controlar sus mesnadas como lo desearían? Díganlo con la entereza que requiere la encrucijada que intentamos superar. Es comprensible que una organización casi sexagenaria, confinada a lenguaje y postulados obsoletos, abastecida de manera criminal, ignorante y obnubilada por un propósito maniqueo, se salga del carril. El proceso de paz es un acto contrito, valiente y pragmático cuyo arribo a buen puerto necesitamos todos.
El hecho de que el presidente Santos represente uno de los linajes más dinásticamente empecinados en esta historia política y social llena de tropicalismos patéticos, no resta validez a su proyecto. Políticos embadurnados de azul, verde, amarillo o rojo como paletas de pintor, son solo una parte de la historia, la menos confiable por ladina y poderosa. La otra, curtida en todo avatar ligado a la miseria y la ignorancia, no existe más que como alimento de la voracidad electorera. Por eso necesitamos buscar salida definitiva a este canibalismo servido con cubiertos de plata y manteles de encaje.
Es apenas asunto de sentido común ayudar a que los voceros de las dos fuerzas antagónicas sentadas a la mesa de La Habana, se enrumben por una senda saludable. No es cuestión de comunistas o derechistas exacerbados. Al margen de la podredumbre que gotea en ambas orillas, está esa masa huérfana y sobre todo inocente que con el derecho que le otorga el gentilicio, reclama paz. ¡Fuera los agoreros y los vociferantes! Es el momento de la verdad más dolorosa cuanto más elaborada. Todo colombiano está obligado a proceder sin las mezquindades conocidas. Santos (no importa el propósito que lo anime), intenta dar un golpe de timón que de lograrlo, empezará a despejar el horizonte. Digo “empezará” porque ésta es una empresa a largo plazo. Son muchos los resortes oxidados, las complicidades inconfesables, las hipocresías institucionalizadas, el estancamiento de un tiempo precioso entre los estertores de la selva y las avideces de la ciudad.
¿No hemos entendido que la situación del país es desesperada y por lo tanto requiere medidas extraordinarias? Mucho tiempo callamos, otorgamos, dormimos sobre la escoria. El agua nos llegó al cuello y ahora debemos asimilar este concepto obrando en consecuencia, si no por patriotismo al menos por conveniencia.
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