Guido Eugenio Enríquez Ruiz, una amistad que persevera en el tiempo

Por: Eladio Solarte Pardo
Cada día crece mi admiración profunda por la vida y obra de un entrañable amigo, dada la grandeza de su alma y sus vastos conocimientos sobre el arte, la cultura y la historia, entre otras muchas disciplinas.
Como pocos, he tenido la suerte afortunada de conocerlo -de vieja data- desde las aulas de nuestro inolvidable y ya legendario Liceo de la Universidad del Cauca, por allá en la década de los años 50, aproximadamente, cuando fue mi profesor de Filosofía, en cátedra magistral. Prácticamente fue el embrión de nuestra futura amistad, que se ha cultivado con esmero mutuo.
Los años pasaron raudos, inexorables y en las décadas de los 70 y 80 alcanzamos la suerte de volvernos a encontrar y de vivir en el mismo barrio, cuando nuestro Popayán no se asomaba todavía a tanto afán y agitación. ¡Era un remanso de serenidad y encanto!
Pero no era una suerte cualquiera: era un severo compromiso con la vida, con el futuro. Estábamos allí frente a frente, con overol y botas pantaneras acariciando y construyendo el sueño de tener una vivienda, en un barrio henchido de esperanza.
Era el nacimiento feliz y optimista del Conjunto “Los Periodistas”, en el sector de “La Estancia”, en medio del vuelo de pájaros, mariposas y luciérnagas, fruto del tenaz esfuerzo solidario del Colegio Nacional de Periodistas, que le tendió su mano amiga a los colegas que quedamos sin vivienda a raíz del terremoto de 1983. Allí, en medio del trabajo raudo y la camaradería de los vecinos, se consolidó nuestra amistad.
Con su clásica chispa patoja, a flor de labios, una noche de bohemia, al compás de boleros de la “vieja guardia”, de bambucos y torbellinos, poemas y unas cuantas geniales ocurrencias, en compañía de varios vecinos, Guido nos confesó que se sentía muy halagado por ser mi vecino y que no estaría lejano el día en que, de común acuerdo, nuestras viviendas “pudieran estar comunicadas interiormente”. Pero esta obra jamás se necesitó por tanto aprecio y respeto que adornaban nuestro apego. ¡El calor de esa ilusión nos había hermanado!
Ese trajinar y cercanía, por supuesto, me permitió conocer las profundidades de su recia personalidad, su sencillez a toda prueba y, especialmente, su macro visión de la existencia humana. Siempre pensaba para mis adentros, ¿en dónde cabe tanta sabiduría?
La historia del barrio conserva agradecida el gran recuerdo de su gestión como presidente de la Junta de Acción Comunal, como un granito de arena para los anhelos de la comunidad. Años más tarde sentimos su ausencia y señorío, cuando determinó vivir en otro espacio.
Hoy, en medio del vertiginoso tropel de los años, le damos gracias infinitas a la vida por habernos permitido conocer y disfrutar a plenitud la compañía de un amigo, dueño de tanta calidad humana y de tanta erudición que, sin duda, lo perfilan como inagotable faro de luz e inteligencia. ¡Gracias, por tan inefable beneficio!
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