Víctimas
Por Gloria Cepeda Vargas
Como “un imperativo ético y moral”, calificó el Gobierno la actitud de doce de las víctimas de la guerrilla, de los paramilitares y de las fuerzas del Estado, presentes en La Habana desde el pasado 16 de agosto, en la mesa de negociaciones Gobierno-Farc.
El acercamiento entre dos grupos con las características promovidas por circunstancias de dolor e impunidad infinitas, es un logro supremo, la confluencia de dos corrientes antagónicas en un mapa desconocido por gran parte de la población urbana de Colombia, testigo de un estampido que hizo volar en astillas el alma del país, actitud que trasciende toda reflexión, retaliación o lógica y sobre todo, rompe el esquema primitivo que surge del ultraje inferido sin justificación.
La crónica de los últimos sesenta años la escribió en este país una mezcla de iniquidad, prejuicios y cobardía que podría figurar con honores en la Historia Universal de la Infamia. Las víctimas son incontables, ahí caen revueltos en una masa informe, los secuestrados, asesinados, torturados; los borrados de la faz de la tierra, cuyos fantasmas deambulan bajo el nombre de desaparecidos, las mujeres-botín, los condenados a una errancia polvorienta y eterna, los desposeídos, los huérfanos, los hombres y las mujeres extraviados en una niebla sin final. A los problemas tradicionales de un país clasista y por ende ignorante como el nuestro, se agregó el salvajismo de unos y otros, perpetrado en nombre de postulados sin identidad.
Hay golpes “como del odio de Dios”, dijo César Vallejo. Eslabones de una cadena ceñida a la piel, a los sentidos, al recuerdo. Perdonar esa ferocidad que como un vendaval arrancó de raíz lo insustituible, significa tender la mano al destructor de lo que fuimos. ¿Cómo una mujer violada ante el compañero o el hijo, puede mirar con ojos no solo indiferentes sino compasivos, a quien debería ver como su peor enemigo? ¿Y la madre, la hermana, la esposa del desaparecido o los hijos del asesinado entre torturas y palideces de muerte?
En la lista de vejámenes inferidos al indefenso, subyace el latigazo de la humillación, el desmembramiento de la dignidad que lo mantiene de pie.
Por eso la actitud asumida por los 12 ciudadanos (8 mujeres y 4 hombres) que con el perdón como estandarte, reivindican no solo la esencia colombiana, es memorable. Con un ramillete de flores blancas en las manos, Constanza Turbay, quizá la más cruelmente agredida de todos (asesinato perpetrado por la Farc en su madre y dos de sus hermanos), dice: “Es el encuentro más trascendental de toda mi vida. Hoy nos presentamos como una unidad, no nos interesa saber quién ha sido nuestro victimario, nuestro compromiso real es con la no repetición de estos hechos atroces”.
Ése es el camino, superponer la voz de la razón a los estallidos del instinto. El acompañamiento religioso es asidero para algunos; otros depuran su condición de ceniza apagando las brasas y otros, mediante balance realizado entre materia y espíritu, optan por lo segundo. Ésta es la única reacción sanadora frente a lo irremediable.
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