Reforma electoral, sancta o non sancta, es una oportunidad para el cambio social
Por Mariana Arteaga Mejía, politóloga.
El caos siempre ha estado presente en la historia del hombre, desde la literatura del Bereshit hebreo hasta las obras de Osho, es parte natural de la vida. A las crisis de cualquier tipo, espirituales, económicas, sociales, emocionales o políticas no se les puede atribuir una carga negativa per se, ni tampoco son exclusivas de una sociedad, y mucho menos se pueden describir como anacrónicas.
Colombia 2014. Una vez transcurridas las elecciones parlamentarias, y ad portas de los comicios presidenciales, es preciso considerar que estos eventos democráticos no se llevan a cabo en el vacío, es decir, que necesariamente se desarrollan dentro de un marco legal que determina no solo los comportamientos de los partidos políticos, candidatos, electores, así como de otros grupos de interés, sino que define, en últimas, la forma de representación y la naturaleza de la democracia.
Ante los resultados de las pasadas elecciones del 9 de Marzo, con un abstencionismo del 57,5%, un 10,3% de nulidad en la votación y 5,8% de votos no marcados, además de los numerosos pronunciamientos a lo largo del país, respecto al fraude en los comicios, es preciso que toda la sociedad colombiana se pregunte qué clase de democracia quiere realmente y se plantee acciones más propositivas que los golpes de pecho o el eco de voces de inconformidad que todo lo destruyen. Los escenarios de crisis política o de legitimidad y la corrupción, no son fenómenos netamente colombianos, ni tampoco algo que deba cegarnos a la posibilidad de procesos de cambio. Desde las reformas de Diocleciano, pasando por las reformas electorales de la Inglaterra victoriana, hasta la Perestroika, las reformas políticas, electorales y económicas propician cambios sociales.
Lo cierto es que, para que las reformas generen cambios sociales sostenibles, que representen una oportunidad para el mayor bienestar, no solo deben tener en cuenta la claridad de su propósito y alcance, sino también, deben considerar otros elementos no formales, aquellos que no son susceptibles de análisis, como el compromiso con y por lo público, valores como la entereza e integralidad; contar con un nutrido capital humano y ciudadano que, como telón de fondo, harían la diferencia. En una palabra, coherencia. A propósito, si bien es importante que el gobierno nacional haya manifestado voluntad para presentar en la próxima legislatura, dentro de un escenario reeleccionista, el proyecto de “reforma política a profundidad” (en palabras del Ministro del Interior), se necesita al mismo tiempo un profundo compromiso y mayor coherencia de todos los colombianos, no solo en época de elecciones, sino, principalmente, después de éstas.
Para que la realidad social esté reflejada en las instituciones que dirigen y gobiernan este país, no se puede recurrir mesiánicamente al legalismo, sino que debe contar con un marco axiológico o un conjunto de valores que hagan parte de las decisiones y juicios de los ciudadanos. Es cierto que esta reforma electoral debería: a) pluralizar y despolitizar la participación de los miembros del organismo encargado de la administración electoral, Consejo Nacional Electoral (CNE); b) unificar el sistema electoral, con listas cerradas o con voto preferente, pero no con ambos elementos a la vez, pues el eje del primero son los partidos políticos y en el segundo son los candidatos; c) modificar la normatividad respecto a la supervisión (conteo y escrutinios de votos) y a la educación electoral para las instituciones y los ciudadanos; d) implementación de nuevas tecnologías, que aunque facilitarían muchas etapas del proceso, también estarían en riesgo de ser permeadas por intereses de dudosa moralidad; e) limitar aspectos técnicos como la financiación de las campañas por medio de mecanismos públicos indirectos o fortalecer los controles institucionales, o aquellos de forma, como la reelección indefinida para los congresistas. Pero lo que es innegable es que sin la integralidad y coherencia en el pensar y actuar de todos los ciudadanos que hacen parte del proceso electoral, en su calidad de candidatos, electores o funcionarios públicos, las iniciativas de las reformas político- electorales no podrían surtir efecto. Los efectos de las crisis dependen de cómo el individuo acoge cada situación. Valdría la pena preguntarnos, qué clase de política queremos, sancta o non sancta, la invitación para todo ciudadano colombiano está en pie.
publicada el 11 de abril de 2014 en la edición impresa.
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