El corazón productivo de Colombia
Por Adriana Collazos, Esq.
La verdad acerca de las políticas públicas es que nunca se sabe si las medidas que se tomen van a solucionar realmente el problema de fondo que se ha detectado en la sociedad. La suma de dos y dos no siempre es cuatro ni la resta cero. Es decir, las respuestas a las realidades, especialmente las de algo tan impredecible como una pandemia, no son certeras.
Es por eso que los gobiernos alrededor del mundo dictan normas sin saber cuál será el resultado, normas que se basan en los principios básicos de cada sociedad y en los diversos entornos con sus particularidades. Todos proponen, solo el gobierno se arriesga, y los resultados serán medidos con la vara más exigente a nivel internacional que determinará si se actuó correctamente o se cometió alguna desfachatez.
El ojo del calificador o medidor no comprende los límites mentales y de información que tienen los diversos Estados a nivel global frente al COVID-19 y, la politiquería, aprovecha para dar recetas “perfectas” sin consecuencia alguna. Es inteligente de parte del Gobierno colombiano entregar a los diferentes alcaldes, a partir del 31 de mayo, las responsabilidades para reestablecer el aparato productivo alrededor del país, sin perder las riendas en el asunto.
Sin embargo y mientras tanto desde esta humilde perspectiva, se ven las difíciles situaciones que los pequeños empresarios afrontan para sostener sus negocios y a su gente, y ellos, también, son el soporte de este país. Empresas de no más de cien empleados cuyos ingresos no pasan del mínimo legal vigente, son como árboles que sostienen diversas colectividades que se pueden denominar familias y dependen de la existencia de esos entes productivos.
Las capacidades de endeudamiento de una persona jurídica o natural, son específicas y determinadas. Es decir, después de un tiempo, largo o corto, se vuelven antropófagos que toleran uno o dos préstamos sin producir, pero están condenados a desaparecer, y es por eso que los gobiernos locales deben reabrir sus puertas o determinar alguna medida para soportarlas.
El esfuerzo de cada empresario, pequeño o grande, por continuar existiendo es enorme, y no solo por el sustento que generan a los trabajadores, sino también porque se disponen a abrir en un mercado aleatorio donde su antigua clientela ha pasado por diversidad de efectos COVID-19 que hace que su comportamiento sea incierto. El perdón al IVA de tres días y al impuesto al consumo, si bien son medidas alentadoras, no son suficientes para reactivar la clientela que tampoco tiene dinero para comprar y pudo cambiar sus costumbres de gasto en medio de la crisis.
A pesar de los reconocidos esfuerzos del ejecutivo, las medidas no logran superar las dificultades de las empresas colombianas y algunas que se suponen preventivas, terminan siendo exageradas cuando los entes locales regulan desmedidamente, por ejemplo, los documentos exigidos para reabrir los negocios que ya tenían permiso para operar. También, los restaurantes, pastelerías y bares que aún deben mantener sus puertas cerradas al público, están pasando épocas de verdadera angustia, viviendo solo de domicilios. No se puede permitir que se cierren estos núcleos productivos que sostienen a familias completas de ciudadanos colombianos. Se debe pensar en consecuencia, soluciones reales para que logren resistir esta época difícil y la que se aviene.
Sin conocer cuál será el resultado de tomar estas medidas y sin ser empresaria, podrían designarse partidas de los gobiernos locales para que la economía no se desborde. Por ejemplo, que se defina desde Presidencia un porcentaje de la reorientación de las rentas específicas locales que se designó mediante el Decreto 461 del 2020 para el restablecimiento de las pequeñas empresas locales, entre otras cosas, apoyando temporalmente con subsidios o mecanismos de fomento y asistencia, el pago de primas de medio año, la compra de insumos, los anuncios en radio y televisión local y los esfuerzos de la recuperación de la clientela. Todo lo anterior, únicamente para que no se pierdan el trabajo que se ha conseguido con esfuerzo de la gente, tanto de las empresas como de sus empleados.
Debemos dejar de mirar a las empresas como entes impersonales y grandes “monstruos” sin sentimientos para los que hay que trabajar, cuando son estructuras que amparan familias enteras de colombianos, incluyendo a las de sus propietarios, y que pagan impuestos para el sostenimiento del Estado. No se puede olvidar el corazón de Colombia que son nuestros conciudadanos, ni la razón que lo mantiene palpitante, que es la producción de las empresas de nuestro país.
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