El inquisidor
Por Gloria Cepeda Vargas.
La palabra inquisidor encarna uno de los tres jueces del tribunal medieval destinado a extirpar la herejía religiosa, la heterodoxia ideológica y otros asuntos rechazados por la Iglesia Católica. Entre sus perversidades más sonadas figuran la ejecución del filósofo Giordano Bruno y la condena al exilio de Galileo Galilei.
Los colombianos, haciendo honor a nuestra raigambre confesional e icónica, no podíamos quedarnos atrás. Y es así como en pleno siglo vigésimo primero, retamos el ángel de la luz amañándonos a las ejecutorias del doctor Alejandro Ordóñez, Procurador General de la Nación.
Para orientarme en tan complejos rumbos, recurro a la lógica, la cual no es más que la agenda aprendida para el bien vivir, sin contar con la intuición -voz que nos guía desde que éramos bestezuelas inermes- para convencerme de que el pío funcionario, blindado por sicomoros sin memoria y piel de pergamino prohohistórico, piensa y habla llevándose por delante (si es necesario) vida, honra y bienes solamente de los colombianos que no bailan al son que les toca. Polvo y telarañas llenan sus habitáculos cerebrales; ahí fluye la vena rota donde se desangra el mundo entre incensarios y zalemas.
Solo tribu e instinto, no existe algo más temible que el tsunami mental del fanático. Ataca la legalización parcial del aborto, el matrimonio gay, los anticonceptivos o la minifalda. ¿Portará tan peregrino funcionario sus propias Tablas de la Ley, túnica inconsútil y resurrección posconflicto?
Muchos son los políticos apabullados por su intemperancia. Al alcalde Gustavo Petro acaba de descabezarlo por 15 años y a Piedad Córdoba, durante 18 años le borró el turbante y la curul parlamentaria. Ciudadanos maduros como son, cuando salgan de la cárcel de Reading, deberán dedicarse a escribir sus memorias.
¿Cometió el alcalde errores que justifiquen tan lapidario castigo? Claro que sí, pero se le fue la mano al censor. Ya Alfonso Gómez Méndez, Ministro de Justicia, mencionó la necesidad de revisar las normas constitucionales que permitan a un funcionario inhabilitar a personas elegidas por voto popular.
Es tanto lo usurpado o transferido ilegalmente en Colombia, que nos acostumbramos a obedecer por telepatía.
Guerrilla, paramilitares y hasta delincuencia común son resultado de este mazacote rígido que invade todo estamento. Una sociedad todavía presa de los arreos virreinales, es caldo de cultivo para estos asaltantes de la piel ajena. Como “el hombre es cosa vana, variable y ondeante”, según dijo Montaigne, quien osa transgredir fábulas mitológicas o abrevaderos políticos, será amordazado de por vida ya que no puede ser condenado a la hoguera.
Una sociedad intransigente se vuelve conformista, de conformista, indiferente y de ahí hay solo un paso a su desintegración. Se reduce a respirar el aire que circula entre daguerrotipos y crinolinas almidonadas confundiendo respeto con hipocresía. No crecerá quien no orea su tercer ojo ni ha de trascender el que no entienda que la sabiduría es fruto de la escucha y la autoridad legitimada es aquella que se yergue y se inclina cuando lo reclaman la verdad y el derecho.
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