Las leyes de la estupidez y los pasajeros del vagón cuatro
Columna de opinión por: Juan Carlos López Castrillón
Un buen amigo me ha ilustrado esta semana sobre un breve pero exitoso texto, escrito en 1988 por el italiano Carlo Cipolla, titulado «Alegre Ma Non Troppo» (rápido, pero no tanto). Es un breve tratado sobre las leyes fundamentales de la estupidez, que inevitablemente son ratificadas día tras día por nuestra raza.
Cipolla hace un análisis (que es susceptible de ser discutido, como pasa con todos los análisis) y concluye que existen cuatro grupos de individuos: el primero, los inteligentes, a quienes define como las personas que con sus acciones benefician a los demás y a la vez se benefician a sí mismos.
El segundo grupo son los incautos, que benefician a los demás pero se perjudican a sí mismos; en el tercero ubica a los malvados, aquellos que perjudican a los demás y se benefician a sí mismos; y por último, los estúpidos, a quienes califica como las personas que con su accionar afectan a los demás y a la vez se perjudican a sí mismos.
Anota el autor que “la persona inteligente sabe que es inteligente. El malvado es consciente de que es un malvado. El incauto está penosamente imbuido del sentido de su propia candidez. Al contrario que todos estos personajes, el estúpido no sabe que es estúpido (como el que está muerto, que ya no sabe que está muerto). Esto contribuye poderosamente a dar mayor fuerza, incidencia y eficacia a su acción devastadora”.
Llamemos benévolamente a este último grupo los pasajeros del cuarto vagón, pero no los subestimemos, porque pueden llegar a ser los más peligrosos de toda la humanidad, en particular cuando tienen poder; casi siempre suben como palmas y caen como cocos, pero en ese lapso de tiempo pueden – en medio de su incompetencia – desatar una guerra o adjudicar un contrato, por citar solo dos ejemplos.
Ahora, teniendo como referencia los patrones de conducta descritos, podremos detectar en nuestro entorno a representantes de cada una de esas categorías, y por ende asumir las defensas necesarias, por ejemplo al momento de votar, para que el impacto del accionar de los amigos del cuarto vagón sea el menos dañino posible.
Pero las defensas no siempre resultan efectivas y muchas veces se nos cuelan a cargos de elección, y en otras ocasiones son nombrados, por alguna sospechosa circunstancia, en una importante posición pública, donde creen que son omnipotentes e intocables, pero de seguro no pasarán desapercibidos.
Voy a dejar frustrados a mis queridos lectores, que a esta altura de la columna esperan que mencione algunos nombres como ejemplo, pero sé que en su imaginario ya tienen varios candidatos, por lo cual esa lista se las dejo a ustedes para que la completen con su propio inventario. Ojalá no les resulte muy larga.
De lo que sí estoy seguro, es que en este tren de la vida tenemos que hacer todo lo posible para que nos vendan un tiquete en un vagón distinto al cuarto, para lo cual vale la pena repasar las connotaciones del título del texto en mención, «Alegro Ma Non Troppo», que tiene una clara relación con ciertos movimientos musicales.
Como lo señalé al inicio, la traducción del italiano significa «rápido, pero no tanto», título que también ha sido objeto de otra interpretación: «piensa antes de actuar», que es lo mínimo que debemos hacer, para no ser de esos viajeros a los cuales solo les correspondió un cupo en la triste categoría de nuestro simpático, temido y peligroso vagón cuatro.
Posdata: aunque es lamentable que las marchas de los universitarios por la defensa de la educación pública hayan terminado en los actos de violencia que todos conocemos, no podemos olvidar que sus reclamos son legítimos y que la falta de atención y acción de las autoridades “competentes” fue la que terminó por desencadenar los hechos que hoy se reprochan quienes están en uno y otro bando. Están en el cuarto vagón aquellos que esperan que las bolas de nieve – cuesta abajo – se diluyan en lugar de crecer.
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