Me moriré en París con aguacero
Columna de opinión por: Juan Carlos López Castrillón
El pasado mes de abril se cumplieron 80 años de la muerte de uno de los mejores poetas del mundo, el peruano Cesar Vallejo, inmortal por sus poemas, sus novelas y por la inmensa tenacidad de su esposa Georgette, quien en medio de la extraordinaria pobreza en que vivían consiguió los recursos para publicar sus libros, la mayoría de ellos célebres, mucho después de su muerte.
Vallejo pronosticó su fallecimiento -ocurrido un lluvioso viernes santo de abril- en el romántico Paris de 1938, con uno de sus mejores versos:
“Me moriré en París con aguacero
Un día del cual tengo ya el recuerdo
Me moriré en París -y no me corro-
Tal vez un jueves, como es hoy de otoño”
Descubrí a este gran poeta en las tertulias del Grupo la Rueda de la benemérita Universidad del Cauca, donde recurrentemente era leído e invocado. Aprendí a querer sus pasos saliendo hacia la Europa de la Belle Époque y entender su pobreza, que al final le ocasionó una temprana muerte a los 46 años, de física hambre, pues literalmente lo mató la desnutrición.
Algunos de sus amigos dijeron poéticamente “murió de España” (de tristeza, al ver derrotada la República en la guerra civil). Bien son recordadas sus últimas palabras antes de expirar, “a España, me voy a España” y se murió.
Otro gran bardo, su rival personal, Pablo Neruda, sentenció: “Vallejo murió de hambre y asfixia”, “de inanición y de respirar el aire sucio de Paris”.
En la época de La Rueda, el discutir largamente sobre la vida, la obra y la muerte de Vallejo, me llevó a publicar en nuestra revista, y en su memoria, un poema venial cuyo primer verso dice así:
“Cuántas veces murió el poeta antes
que alguien cantara sus versos ?
Cuántas veces en su alma grande
se anidó el hambre y la sed?
Otra clase de hambre
Otra clase de sed…”
Años después releo a Vallejo, con ese placer asimilable “al reencuentro con un viejo amigo”- y sus letras me vuelven a decir muchas cosas, que me dan alas para soñar con ideas que ayuden a construir en alguna parte una “ciudad arte”, partiendo inspirado en una frase suya que dice: “Las artes (la pintura, la poesía, etc.) no son solo éstas. Artes son también comer, beber, caminar: todo acto es un arte”.
En esa línea, y pensando efectivamente cómo Vallejo, en que todo es arte, y al ver en esa perspectiva las potencialidades que existen en lo regional, donde son evidentes los esfuerzos por avanzar, tanto, que han ido convirtiendo a una ciudad como Popayán en ciudad libro, ciudad gastronómica, ciudad procesión, ciudad de la música, ciudad de los congresos, la de los viernes de museos, la de la tecnología, la universitaria, la deportiva, etc., me entusiasma pensar en que todas las semanas del año podrían llegar a tener un contenido temático; aprovechando, tanto los esfuerzos mencionados, que ya se han cristalizado, como de otro lado, buscándole auspicio a un sinnúmero de proyectos que están aún en ciernes.
Ello podría volver el arte y la cultura -en el concepto de ese hombre que se murió en Paris de hambre, pero con aguacero- en el gran eje turístico de la ciudad blanca, con una agenda copada las 52 semanas del año.
Posdata: el reto permanente de las personas y las empresas es ser cada día más competitivos, ello se traduce en innovación. Ese es el verdadero cambio, lo demás es discurso. Esto aplica también para los países, los departamentos y los municipios.
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